sábado, 9 de mayo de 2020

LAS ARMAS DE LA INFANTERÍA DE LÍNEA EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA


Las tropas españolas de infantería iban armadas con un fusil de chispa que era el arma de la infantería por excelencia. Los fusiles y pistolas eran de “avancarga” es decir, se cargaban por la boca. Las balas eran esféricas, estaban fabricadas con plomo y su diámetro era de 18’ 3 mm, frente a los 17’4 mm del francés y los 19’3 mm del inglés.
           La cadencia de disparo era inferior a tres disparos por minuto según el adiestramiento de la tropa. La precisión no era muy grande, era difícil hacer blanco a más de 70 metros y esto obligaba a atacar en formaciones cerradas para concentrar las descargas mediante el fuego conjunto realizado hombro con hombro. El reglamento de 1808, para optimizar la puntería, ordenaba que a 100 metros se apuntara a la rodilla, a 200 al pecho, y a 300 a la cabeza, la precisión era tan escasa que la mayoría de los soldados disparaban a bulto contra la línea enemiga. Estos fusiles de avancarga tenían un manejo muy complicado. En el ejército español la compleja operación de cargar el arma era un conjunto de 11 movimientos, con sus correspondientes voces de mando que por supuesto no aseguraba el éxito final, pues los fallos a la hora del disparo eran frecuentes y la eficacia dependía mucho más de la frecuencia que de la insuficiente precisión de los disparos.
                Las condiciones atmosféricas afectaban al funcionamiento de estas armas, en especial la lluvia que mojaba la pólvora. Otras veces era el pedernal, cuya piedra para fusil tenía una vida útil de 20 a 30 disparos. Sin duda, la instrucción del soldado para el manejo del arma resultaba tan ardua como decisiva, a fin de lograr la mayor eficacia. La diferencia entre los distintos combatientes, fue enorme. Un soldado español recibía para su instrucción por año, 40 onzas- unos 1550 gramos- de pólvora, diez balas de plomo y cuatro piedras de chispa. Si era recluta recibía 12 onzas – 345 gramos- de pólvora, seis balas y dos piedras.
          Estos recursos permitían disparar a un soldado diez disparos con bala y a un recluta seis y 70 disparos de fogueo para el primero y 24 al recluta. Así, era un éxito que en el combate, donde cada hombre llevaba una dotación de 50 balas con sus correspondientes cartuchos, pudiera efectuar cuatro disparos cada tres minutos. Por el contrario el ejército británico era el más instruido en el manejo del arma y sus soldados podían alcanzar una cadencia de tiro de 3 ó 4 disparos por minuto, su porcentaje de blancos también era sensiblemente superior respecto a españoles y portugueses.
 

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