La historia de
los pueblos guarda el paso de los Reyes por sus tierras como si de reliquias
sagradas se tratase. Y así sucede con Bailén, ciudad que siempre dio muestras
de leal adhesión a los monarcas que ciñeron la corona de España y que se muestra orgullosa de haber recibido
la visita de la reina Isabel II de Borbón y su esposo Francisco de Asís.
Este año se cumple el 160 aniversario de la histórica visita de su Majestad a Bailén, cuando la Reina de España recorría las tierras de Andalucía y Murcia para conocer de
cerca sus necesidades y, a la vez, apreciar el rico patrimonio natural y
artístico que guardan dichos territorios.
La comitiva
real estaba formada por la reina Isabel II y
el rey consorte, por el príncipe de Asturias, futuro Rey alfonso XII, y la infanta. Acompañaban al cortejo un
nutrido grupo de nobles, ayudantes y demás miembros del servicio de la
Casa Real. A la cabeza de dicho séquito
iban el Presidente del Consejo de Ministros y el Duque de Tetuán, los ministros
de Fomento y de Estado –el Marqués de la Vega de Armijo y Saturnino Calderón Collantes,
respectivamente-, el Duque de Bailén –mayordomo de su Alteza Real- y el
confesor de su Majestad, el Arzobispo Claret quien, pasado el tiempo, sería San
Antonio María Claret.
El 14 de
septiembre el Gobernador Civil de la provincia de Jaén, Antonio Hurtado,
recibía a la Reina
y a sus acompañantes en Bailén camino de Andújar. La carretera estaba adornada
para la ocasión con numerosas banderas y gallardetes. También se montaron 30
tiendas de campaña con los escudos de los pueblos de la provincia y que estaban
destinadas a acoger a la reina y a su comitiva. Isabel II había dejado atrás el campo de las Navas de Tolosa donde
tuvo lugar uno de los hechos de armas más gloriosos de la historia de España y pisaba
ahora el histórico campo de Bailén donde en 1808
rindieron sus armas los soldados de Napoleón, el emperador francés.
El Gobernador presentó a su
majestad en una magnífica bandeja una llave de oro, adornada con un centenar de
piedras preciosas en donde se leía: Llave
de Andalucía, Despeñaperros, Jaén, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Granada, Huelva,
Málaga y Almería. La provincia de Jaén a su Majestad la Reina Isabel II Septiembre
de 1862.
Las calles de
Bailén estaban artísticamente engalanadas para la ocasión, aunque la estancia de
la reina fue meramente transitoria. En el campo de batalla, banderas y arcos
triunfales señalaban las fases memorables de la epopeya de 1808. Se había
erigido un monumento que sustentaba la estatua
de la España Victoriosa
y en donde se leían versos a Bailén, 19 de julio de 1808, Castaños, Reding y
Coupigny.
Fuera de la
población, en el sitio de la batalla, otro monumento ostentaba la siguiente
inscripción:
Castaños; si la patria dolorida
en sus cimientos retembló al perderte,
al deplorar la muerte de tu vida
animaba la vida de tu muerte.
Los siglos pasarán; generaciones
hundirán en su seno; más la historia
siempre dará tu nombre a las naciones.
Nunca, Bailén, perecerá tu gloria.
Al romper nuestros bravos la cadena
con que el genio de Europa a España humilla.
El lauro ofrecen de Marengo y Jena
para escabel del trono de Castilla
los hijos de Bailén con noble aliento
sin oponer a
su entusiasmo vallas,
ofrecen agua al español sediento
arrastrando el horror de
la batalla
Pero el más
elocuente y expresivo de todos ellos había sido formado, con la ejecución de la
más sencilla de las ideas. Filas de banderines marcaban las últimas posiciones
de los combatientes de 1808; con colores españoles las de los vencedores; con
lienzo azul y blanco las de los que allí capitularon. También se repartieron
durante la travesía algunas hojas impresas con composiciones poéticas, una de
ellas contenía el soneto dirigido a la reina y firmado por don Francisco
Rentero. A las pocas horas de su llegada salían camino
de Andújar, continuando viaje hacia Córdoba y Sevilla.
El 6 de
octubre de 1862 entraron de nuevo a Bailén los Reyes. El viaje hasta nuestra
ciudad había sido triunfal, el camino estaba poblado de gentes y los pueblos
los recibían con el mismo entusiasmo que cuando bajaran para Sevilla. El pueblo
siempre fue fiel y se entregaba de corazón. A las diez y media de la noche, la
silla real llegaba al sitio donde se alzaba un monumento como recuerdo de la
célebre batalla de Bailén. En aquel punto, según la tradición, fue donde se rindieron las tropas francesas en la
inolvidable jornada del 19 de julio de 1808. Se alzaban todavía los banderines
de distintos colores que ya había encontrado puestos cuando bajaban de Madrid a
Córdoba, iluminados ahora con farolillos que, en
medio de las sombras de la noche, marcaban las
respectivas posiciones de vencidos y vencedores.
En la Limpia y Pura los esperaba todo
el vecindario, Ayuntamiento y representaciones de pueblos vecinos. Presidiendo
la comisión del Ayuntamiento, se encontraba el diputado a Cortes don Fernando
Cuadros y la comisión Municipal estaba integrada por los Regidores Tomás
Alonso, Bartolomé García Ronquillo, Manuel y
Miguel Reche, Luis Quevedo, Juan de Cárdenas, Bartolomé Recena, Salvador
Rusillo, Bartolomé Muñoz y el escribano del Corregimiento, Esteban de Espinosa
y Torres. El entonces alcalde presidente, Cristóbal Márquez, pidió licencia al
Concejo y dejó la vara al primer regidor, Pedro Guerrero el cual, según cuentan
las crónicas quedó a pan pedir, pues
para agasajar debidamente a los visitantes, invirtió su propio caudal y
patrimonio.
La comisión
del Ayuntamiento le dirigió estas emotivas frases:
Señora; Bailén
saluda a V.M. al pie del monumento de su gloria. En estos memorables campos se
conquistó la verdadera independencia nacional, y se recobró la corona que hoy
ciñe las sienes de vuestra Majestad que sólo la perfidia y la traición pudieron
arrancar de la augusta frente de vuestro padre.
La Reina contestó conmovida: Ya lo sé, ya
lo sé y no podré olvidarlo jamás. Oídas estas palabras el entusiasmo
llegó a su colmo. Los vivas se repetían, el
carruaje apenas podía moverse y los caballos de escolta se abrían paso con
dificultad. Bajaron por la calle El Santo, iluminada con farolillos de colores y
donde los esperaban los ancianos Tomás Navarro, José de Aguilar y Pedro
Padilla, supervivientes de la batalla y a
los que los reyes obsequiaron con monedas de oro. Ya sin detenerse, siguió el
carruaje hacia el palacio de los Duques de Osuna, donde se hospedaron.
La plaza de
Castaños estaba profusamente adornada. Tenía una verja de arcos chinescos que
la circundaba, formados de gasas de colores, adornada con banderolas y faroles
a la veneciana, daba entrada por cuatro calles distintas, marcadas con iguales
arcos. Alrededor de la fuente que le sirve de pedestal, 16 columnas sostenían
otras tantas estatuas y elegantes jarrones con flores e hierbas aromáticas. El
casino había construido cuatro arcos de flores artificiales, sosteniendo en su
centro una corona de rosas, por debajo de la cual pasó la regia comitiva para
dirigirse al palacio.
La plaza de la Constitución estaba
muy adornada e iluminada. Formaba el enverjado de la plaza una serie de trofeos
militares, cada uno de los cuales ostentaba un tarjetón rodeado de coronas de
laurel y en los que podían leerse los nombres de algunas de las ciudades que se
hicieron célebres en la guerra de la Independencia.
La comitiva
llegó al palacio de los Duques de Osuna, donde se les había preparado
habitación. La parte que en su día ocuparan las dependencias municipales y que
hoy ocupa el colegio de Educación Infantil “El Castillo” fue la destinada para
gabinete y dormitorio de su Majestad y había sido tapizada de raso carmesí.
Después de
haber descansado, los reyes recibieron a las autoridades y personas notables,
mostrándose muy complacidos y después de presenciar desde un balcón la quema de
un castillo de fuegos artificiales, pasaron al comedor donde se sirvió una
espléndida cena con numerosos invitados. El
Duque de Osuna hizo los honores según las crónicas “con la finura que le
distingue” y al terminar el ágape le dijo la
reina: Me has dado un convite
verdaderamente regio. No olvidemos que el Duque de Osuna era uno de los
grandes terratenientes de Bailén y propietario del palacio.
Al día
siguiente, 7 de octubre, a las once de la mañana los reyes recibieron a una comisión del Ayuntamiento, a la que se unieron
el diputado a Cortes don Fernando Cuadros y el diputado provincial don
Francisco Rentero. Dicha Comisión le presentó dentro de suntuoso estuche de
palo de santo, forrado de terciopelo y sobre una bandeja de plata y filigrana,
un cantarito de plata dorado a fuego, que sujetaba entre hojas de laurel una
bala de metralla. Al entregársela, don Francisco Rentero dijo: Señora, otros
pueblos han hecho a V.M. obsequios de gran valor. Bailén sólo es rico en
gloriosos recuerdos y en cariño y lealtad hacia sus Reyes. Por eso hoy sólo
puede ofrecer a V.M este tosco pedazo de hierro, que es al mismo tiempo un
pedazo de su gloria. Dígnese V.M. admitirlo y si V.M. me lo permite le haré
breve reseña del recuerdo histórico que encierra.
A continuación
hizo historia muy detallada del glorioso hecho realizado por María Luisa
Bellido, dando de beber a las tropas en medio de una lluvia de fuego. La bala
que le entregaron, fue una que, partiendo de un fusil francés, rompió el
cántaro que llevaba. Esa bala había sido conservada durante muchos años por la
sobrina de la heroína, María Josefa Malpesa,
hasta que fue regalada a la reina, recibiendo a
cambio una pensión de por vida.
La reina se
mostró conmovida y agradeció aquel modesto regalo de un pueblo que vive de sus
recuerdos, y cuyo nombre ocupa un alto puesto en las páginas de la historia.
Concluida la ceremonia, la reina fue a misa llevada del brazo por el alcalde en funciones
don Pedro Guerrero, y el espíritu popular mordaz y jocoso, decía que “a Periquito, el llevar a la reina del
bracete, le había costado muy buenas brazuelas de tierra”.
Al terminar la
misa, oró la reina ante la
Virgen de Zocueca, a la que le ofreció un magnífico manto. La
patrona de Bailén lucía en su pecho la banda de San Fernando, que le había sido
regalada por el general Castaños en agradecimiento por la victoria de su
ejército y con voz conmovida le dirigió una dulce plegaria de la que se oyeron estas
consoladoras palabras: Madre mía, iluminadme para gobernar con
acierto a nuestros hijos los españoles.
Después de la
iglesia, la familia real se dirigió a visitar el
campo de batalla y el monumento que en él se había
instalado. Los reyes examinaron el monumento y por una indicación del señor
Rentero se ofrecieron a figurar a la cabeza de la suscripción que se abriera
para fabricarlo de piedra y mármoles. En aquel acto siete ancianos de los que
en el día de la gloriosa jornada ayudaron a nuestro ejército, tuvieron la
suerte de recibir las felicitaciones de la reina por su patriótica conducta.
Acto seguido, se celebró un almuerzo, asistiendo a él autoridades y gran número
de invitados. Por último, después de dar un paseo por la ciudad partieron para Jaén, siendo despedidos por miles de
personas y por una composición literaria del señor Rentero que decía:
Pobre cantor de mi laúd, señora,
el tímido concento
es el eco de un pueblo que te adora
es la fiel expresión del sentimiento.
Por eso, cuando vienes, mi saludo
te bendice y te admira,
pero te vas, y mi pesar agudo
rompe las cuerdas de mi triste lira.
Matías de
Haro, cronista oficial de Bailén, indica de manera oficiosa que la reina Isabel
II, hizo una donación de 41.000 reales, para
dedicar 28.000 a los pobres de Bailén, 6.000 a
la Virgen de
Zocueca y 7.000 a siete vecinos que eran
supervivientes de la batalla del 19 de julio de 1808. También legó
un reloj hermosísimo, para un sorteo entre el pueblo de Bailén, y cuyos
ingresos se dedicarían a paliar las necesidades más urgentes que tuvieran los
pobres de la ciudad. Y así termina
la visita de Isabel II, la reina de los “tristes destinos”, a la ciudad de
Bailén, según las crónicas de la época de don Fernando Cos-Gayón y don
Francisco María Tubino.