Había transcurrido año
y medio desde que en Bailén las águilas
imperiales al mando del General Dupont
habían sido derrotadas en campo andaluz. El domingo 21 de Enero de 1810
hacia el mediodía, las tropas francesas vuelven a entrar en Bailén. Entre los
días 4 y 10 de enero de 1810 se movilizan más de sesenta mil soldados que
pertenecen a los Cuerpos I, IV y V y a una División de Reserva de la Armée Imperiale
d`Espagñe. El I Cuerpo de ejército se reúne en la Mancha, son cerca de 23.000
hombres al mando del Mariscal Víctor.
El IV ejército al mando del General Sebastiani con sus 9.000
hombres se desplaza desde Ocaña y en Tomelloso se le unen los dragones del
General Milhaud que procedía de Aragón. El V
Cuerpo de ejército al mando del
Mariscal Mortier con sus 16.000 soldados se reúne en Consuegra y Madridejos e inicia la marcha. La división de Reserva
con 9.000 hombres sale desde Madrid con el General Dessolle al mando. Junto a
esta división marcha la
Guardia Real, que presta servicio de escolta al Rey. También
adscritos a esta división de Reserva están los efectivos de dos unidades españolas afrancesadas, los
Regimientos de Infantería nº 1 y 2 llamados posteriormente de Madrid y Toledo.
Todo está preparado, la maquinaría militar francesa se pone en marcha bajo el
mando unificado del Mariscal Soult.
El rey José I parte del Palacio Real el lunes 8 de Enero de 1810 a primera hora de la mañana para cubrir la primera
etapa de su viaje. Junto a él viajan edecanes, servidumbre de palacio,
bastantes funcionarios de alto rango, algunos ministros y varios consejeros de
estado. El rey, después de informar a su hermano Napoleón de su salida a través
de una carta, toma el antiguo camino real de Andalucía por la Puerta de Toledo. La
numerosa comitiva llega sin detenerse hasta Toledo. Al día siguiente José I pernocta en
Madridejos. El 11 de enero enlaza con el
I Cuerpo Imperial que estaba acantonado en Almagro. El Rey y su séquito
permanecen en esta ciudad manchega hasta el 18 de Enero por la mañana. Una vez
que el I Cuerpo ocupa el ala derecha, el IV la izquierda y el V Cuerpo y la División de Reserva
marchan por el centro, el rey sale de Almagro para establecerse en Santa Cruz
de Mudela sólo con la
Guardia Real. Todo está dispuesto para entrar en Andalucía.
Los españoles desde
principios del mes de enero se habían concentrado en reforzar los pasos de la
sierra, así lo anuncia para generar tranquilidad la prensa patriótica: “los puntos de la sierra se están
fortificando para hacerlos inaccesibles a los enemigos,” publicaba el
Diario de Granada del jueves 11 de enero. Pero la realidad era otra muy
distinta, pues realmente lo realizado en la sierra sólo habían sido “algunas
minas y cortaduras” que habrían de servir de poco, ya que además la Junta Suprema
Central tan sólo disponía del mal llamado “Ejército del Centro” que después de
la derrota de Ocaña se había quedado reducido a unos 30.000 hombres,
encuadrados en seis divisiones al mando del Teniente General Juan Carlos de Areizaga con una misión bastante
difícil de cumplir, la de atender a la defensa de una línea de más de veinte
leguas de longitud- unos 100
km aproximadamente-.
Conscientes de su
debilidad, las autoridades españolas procuran aumentar las defensas de Sierra
Morena con un llamamiento desesperado, sobre todo a la provincia de Jaén, a los escopeteros del reino giennense que
se reúnen en La Carolina
con la denominación de “Tiradores de
Sierra Morena”. El primer combate entre españoles y franceses se produce en
la noche del 14 de enero. Se trata solo de una
escaramuza, aún en La Mancha,
entre fuerzas de la 2ª División del brigadier Vigodet y una avanzada del IV
Cuerpo Imperial. Varios días después y una vez que los franceses disponen de
las noticias que les confirman la debilidad de las posiciones españolas es
cuando se produce el avance definitivo. El sábado veinte de Enero, muy de
mañana José Napoleón I parte de Santa Cruz de Mudela. Un par de horas antes el Mariscal
Soult da las órdenes oportunas para que las unidades imperiales avancen de
manera sincronizada a lo largo de toda la línea. Su marcha es imparable y
pronto queda de manifiesto que la resistencia española se esfuma como la niebla
cuando calienta el sol en una mañana de invierno. La travesía de Sierra Morena
significó un paseo militar para las unidades francesas que, aunque conocían la
debilidad de las tropas españolas, esperaban una mayor resistencia.
A la caída de la tarde la comitiva de José Napoleón I llega a La Carolina y el
panorama que encuentra es bastante desalentador. Gran parte del pueblo se halla
desierto, pues el vecindario ha huido y por todas partes se puede observar los
signos del saqueo al que había sido sometido el pueblo por la soldadesca
incontrolada. El rey puede contemplar como parte del pueblo se consume presa de
un importante incendio que se había originado de una manera intencionada en un
almacén de aguardiente. De no haber sido por la intervención directa del propio
rey las llamas no habrían sido sofocadas. Fuentes francesas responsabilizan de
este incendio a los soldados del general Areizaga quienes en su retirada de
Sierra Morena habían sido los causantes. Esta afirmación no ha podido ser
contrastada documentalmente, por lo que sólo tiene la importancia de un
testimonio partidista e interesado.
El rey pasó su primera noche en Andalucía
pernoctando en La Carolina,
casi con toda seguridad, en el palacio del Superintendente Olavide. Se
encuentra a sólo cuatro leguas de Bailén,
su siguiente parada, es un trayecto corto, pero que está cargado de un intenso
simbolismo ya que estos campos que ahora pisa el rey fueron pocos meses atrás
escenario de tristes acontecimientos. Apenas había transcurrido año y medio
desde aquella derrota que había anunciado a toda Europa que el ejército de
Napoleón no era invencible y sus huellas aún dolían en la memoria de quiénes
habían sucumbido.
José Bonaparte a primera hora del domingo 21 se pone en marcha por un camino sin
dificultades, pero no disfruta de esa comodidad, pues su mente se siente
acosada por los fantasmas de la derrota sufrida por el General Dupont; pues
esta derrota le hizo perder su crédito real ya que recién llegado a Madrid el
20 de julio de 1808 tuvo que repasar de nuevo la
línea del Ebro ante la amenaza que suponía la victoria española en Bailén. El
camino discurre por Guarromán, pueblo al que no entra el séquito real, pasando
de largo. Este es un lugar maldito para los franceses porque allí falleció a
consecuencia de las heridas recibidas en la acción de Mengíbar, el 16 de julio
de 1808, el general de división Gobert cuando, al frente de sus coraceros,
recibió un balazo en la cabeza en la refriega del Cerro de la Harina. Retirado
del campo de batalla por sus soldados, muere en la casa del párroco de la Iglesia de Guarromán, quedando sepultado en su
cementerio. Después de tantas y tan duras impresiones José Napoleón I llega a
Bailén al mediodía del 21 de enero de 1810. Así lo cuenta la Gaceta de Madrid:
“A las 12 del día entró
S.M. en este pueblo, del que había salido a la una de la noche el llamado
General Areizaga, quien en medio del profundo silencio que había observado, dio
muestras claras, igualmente que su plana mayor, de la confusión y desorden en
que se hallaban, y que fue causa de que algunos habitantes tímidos se hubiesen
ausentado, y entre ellos varios eclesiásticos, que volvieron así que se
aseguraron de hallarse su Rey en esta villa. S.M. fue recibido con el mayor
entusiasmo por la justicia y habitantes, que le salieron al encuentro, mientras
otros abrían las puertas de la iglesia para repicar las campanas en señal de su
júbilo.”
No es del todo cierto esto que cuenta la Gaceta de Madrid, pues en
los dos pueblos que el Rey José ha pisado, La Carolina y Bailén, se ha
encontrado con la misma situación, según constata André Francois Miet, conde de
Melito. Vecinos huidos al ver acercarse a las tropas francesas y un rechazo
generalizado a la figura real. Para impedir que
tales comportamientos trasciendan a otros pueblos, por mandato real, el
ministro del Interior, Marqués de Almenara, dirige una circular al recién
nombrado Alcalde Mayor de Bailén D.
Pedro Arcisclo Choza en la que le expresa:
“El Rey nuestro Señor ha visto con dolor que
algunas familias de este pueblo han abandonado sus hogares por el infundado
temor de los supuestos horrores y crueldades con que los enemigos de nuestra
patria han atemorizado a sus inocentes habitantes.
(…) El Rey
quiere que vdm. emplee su celo en
destruir semejantes absurdos, anunciando a los pueblos de este distrito sus
benéficas intenciones, y que exhorte a sus vecinos a permanecer en sus casas o a restituirse a ellas si las
hubiesen abandonado, asegurándoles que todos, sin excepción alguna serán
respetados, advirtiéndoles que las justicias, ayuntamientos y administraciones
públicas deben adelantarse a recibir a las tropas para tratar con sus jefes del
modo menos gravoso de proveerlas, evitando así el desorden de que el soldado
busque militarmente su subsistencia”.
Antonio José Carrero - uno de los propietarios
que fue nombrado diputado junto a D.
Aparicio Soriano, en la nueva corporación municipal que encabezaba D. Pedro
Arcisclo Choza, como alcalde Mayor-.
Unos años después, en 1815 y en su obra Baylén: Descripción de la
Batalla y auxilios que en ella dieron los vecinos, cuenta como al enterarse
de la derrota de Sierra Morena en la noche del 19 al 20 de enero y temiendo que
el pueblo fuera incendiado y sus habitantes víctimas de la crueldad que
caracteriza a los franceses “Errantes a esas horas de la noche salieron las
familias llevando los padres a los inocentes párvulos en los hombros, con los
pocos efectos que les era posible conducir, dejando sus casa abandonadas.”
Sigue contando que se dirigieron a “las faldas
de Sierra Morena para ocultarse en los montes sin abrigo en la estación más
rigurosa de nieves y lluvias”. Las columnas
francesas al llegar y encontrar las casas desiertas “principiaban a derribar
puertas, saquear casas, incendiar muebles y tomar todo lo que podían cargar”. Como
el paso de los enemigos duró días se sucedieron los robos con violencia y las
“violaciones a las mujeres a vista de los padres y maridos espectadores de tan
tristes escenas”. Nos sigue contando Carrero que
los soldados franceses lo escudriñaban todo y llegaron a sacar cadáveres del
Panteón con la mayor inhumanidad, sin causarles horror su corrupción. Así
hicieron con un cura de la
Parroquia que hacía poco que había fallecido, “sin atender al
respeto que pudieran infundirles las vestiduras sacerdotales con que se hallaba
amortajado.”
Estos datos que Antonio José Carrero aporta,
vienen a demostrar bien a las claras que las tropas francesas saquearon la
Parroquia de la Encarnación y su camposanto, que entonces se
encontraba debajo del atrio, y robando y destrozando enseres y mobiliario y
todos aquellos ornamentos que había de valor. También sufrieron el saqueo las ermitas de la Soledad y de Jesús en la Columna.
Los destrozos habidos
en la Soledad
quedan recogidos en el acta del cabildo celebrado el 7 de abril de 1816, en
donde dice:
“En la villa de Bailén a
siete días del mes de abril de mil ochocientos diez y seis años, estando en las
casas del actual mayordomo D. Pedro Canuto Soriano los individuos de que en el
día de hoy se compone la hermandad de Nuestra Señora de la Soledad.(...) Atendiendo
a que por la entrada de los franceses en el año pasado de 1810 quedaron
destrozados los fondos de cera, Gallardete y todo lo demás necesario para las
funciones de la hermandad acuerdan se contribuya para los precisos gastos del
nuevo gallardete y demás enseres.”
Los destrozos ocasionados en la ermita de Jesús en la Columna fueron
recogidos en el acta del Cabildo celebrado el 14 de abril de 1816 en donde se recoge:
“Estando en las casas del
Hermano Mayor Mateo Aguilar los hermanos restauradores o nuevos fundadores
dijeron que por cuanto a la entrada de los enemigos franceses en el día 20 de
enero de 1810 destruyeron y aniquilaron cuantos enseres de cera y demás había
en esta hermandad, de suerte que hasta las sagradas efigies las quemaron,
profanándolas y causándole las mayores ignonimias. Se han juntado todos los
susodichos a restablecer dicha hermandad y hacer costear nuevas efigies a sus
expensas”.
En la antigua fortaleza de San Andrés y Santa
Gertrudis, nos sigue relatando Antonio José Carrero, “derribaron las puertas, destruyeron el archivo, y las dos escribanías
numerarias y de Cabildo, rasgando e inutilizando protocolos de escrituras,
libros capitulares... privando al pueblo y a sus habitantes de estos
documentos.”En el edificio contiguo a la casa castillo los franceses
dispusieron los cuarteles y habitaciones para estar reunidos con los
comandantes. Ordenaron que se les preparasen camas, oficinas y muebles y que se
amurallase el lugar con parapetos y troneras; siendo todo ello hecho con los
jornales que dieron los vecinos que por turnos se citaban y sufragado su costo
por el vecindario. El rey José deja
Bailén con el alba del 22 de enero dispuesto a continuar su viaje cubriendo
una nueva etapa por tierras del Reino de Jaén. Su siguiente parada será Andújar
y para evitar allí que el recibimiento sea tan frío como en La Carolina y Bailén se
adelantan personas de su séquito como Don Francisco Amorós, para actuar como
maestro de ceremonias. El día 25 de enero el rey reemprende la marcha y
continúa su lento viaje por el barro de las lluvias de días precedentes, por el
camino que conduce a Villa del Río.
El rey José cuando vuelve a Madrid el 8 de mayo,
después de su viaje por Andalucía, viendo el desastre que el pueblo de Bailén
había padecido y “aparentando conmiseración” ofreció remunerarlo de los
perjuicios que había ocasionado el paso de un ejército “triunfante y numeroso”
y que sería tratado con equidad en la distribución de contribuciones. Dicho
acuerdo no llegó a cumplirse y cuando una comisión de vecinos se desplazó a
Madrid para pedir explicaciones por el incumplimiento, el ministro don
Francisco Angulo los recibió y les dijo en tono irónico y burlesco que cómo se
habían atrevido a presentarse allí como andaluces y de Bailén. Dicho ministro
les echó en cara que “habiendo sembrado abrojos, querían recoger cosecha de
rosas”, refiriéndose a que la batalla de Bailén de 1808 había significado
“ruina y perdición de España”. Los comisionados contestaron con bastante
espíritu a todas estas afirmaciones poco patrióticas del afrancesado ministro, quien
no les permitió presentarse ante el rey y tuvieron que volver a Bailén sin
haberle podido presentar al monarca incluso sus peticiones.
Bailén después de estos acontecimientos de 1810
siguió bajo dominio de las tropas francesas hasta abril de 1812. Durante estos
años, el pueblo se llegó a ver en el mayor desamparo, pues se le exigían
pedidos y contribuciones abusivos, además carecían de noticias ciertas de la
marcha de los ejércitos y del gobierno provisional legítimo. Uno de los mayores
peligros que corrieron los vecinos de Bailén en este periodo fue en febrero de
1810 cuando las tropas francesas ocupan Málaga y ponen en libertad a los
soldados franceses prisioneros en la batalla y que se encontraban en depósito
en la capital malagueña. Estas tropas llegaron a Bailén y según cuenta Carrero
“embravecidos como fieras” entran por las calles insultando a cuantos hallaban.
Los oficiales llegaron a casa del Corregidor y conminaron a la municipalidad
allí reunida en el desempeño de sus funciones con sables y pistolas, y
amenazaron con incendiar el pueblo por la ayuda que en la batalla de 1808
habían procurado a las tropas españolas.
El Corregidor pudo fugarse y dio aviso al
Comandante de Plaza suplicándole pasase a evitar el daño. El Comandante francés
accedió y estuvo toda la noche patrullando con la tropa por las calles. A pesar
de esta vigilancia muchas mujeres fueron maltratadas a empujones y palos y
querían arrojarlas al fuego de los muebles de las casas que habían incendiado.
Los habitantes de Bailén durante este tiempo tan sólo oían las derrotas de
nuestro ejército a manos de los franceses que eran divulgadas por gacetas que a
la fuerza se hacían leer. Los vecinos llenos de entusiasmo y con el mayor
patriotismo se dedicaban a ayudar a las tropas prisioneras de nuestro ejército
que pasaban por el pueblo. Cuenta
Carrero que los eclesiásticos, municipales y personas más visibles preparaban
estancias a los oficiales. Otros disponían abundantes ranchos para que comiese la
tropa y los de menos posibilidades económicas acarreaban agua y comida. Las
mujeres se encargaban de socorrerlos con ropa y los muchachos de pedir por las
calles y llevar cuanto recaudaban. Igualmente trataban de liberar a los que
podían con riesgo de su propia vida, ocultándolos en sus casas y después los
guiaban por los parajes más apropiados para que se incorporaran a los
ejércitos.
Los habitantes de Bailén
siempre antepusieron al miedo al invasor sus ideas de fidelidad y patriotismo
del que ya habían dejado constancia en 1808. Se granjearon el agradecimiento de nuestras
tropas, al tiempo que con precaución y cordura, durante los años que duró la
dominación francesa, supieron evitar males mayores con las tropas que los
oprimían.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
- Gaceta de Madrid. Viernes 26 de enero de 1810, nº 26, página 105-108.
- Gaceta de Madrid Miércoles
31 de enero de 1810, nº 31 página 125
- DÍAZ TORREJÓN, FRANCISCO LUÍS José Napoleón I en el
sur de España. Un viaje regio por Andalucía (Enero- Mayo de 1810).
- Libro de las Constituciones y Cabildos de la Hermandad de Ntro.
Padre Jesús en la columna 14 de abril de 1816 y de la Hermandad de
Nuestra Señora de la
Soledad, 7 de abril de 1816. Archivo Municipal de Bailén. Cofradías.
Legajo 16-2
- CARRERO, ANTONIO JOSÉ. Baylén:
Descripción de la Batalla y auxilios que en ella dieron los vecinos.