MODO DE VIDA EN CAMPAÑA
Los
ejércitos en campaña no tenían unas condiciones muy cómodas de vida, con
frecuencia utilizaban el sistema de acantonamiento que consistía en el
alojamiento de las tropas en edificios civiles esto es, viviendas, edificios
públicos o religiosos.
Generalmente
las tropas francesas se acuartelaron en los edificios públicos y religiosos,
que sometían al saqueo y a la rapiña. Sus oficiales eran alojados en viviendas
particulares.
Era
habitual, en el buen tiempo, pasar la noche al raso. Así lo hicieron los
soldados franceses en la Acción de Villanueva que se desarrolló el día 15 de
julio de 1808. A
última hora del día anterior, dos batallones, compuestos entre 800 y 1000
hombres, entraron en término de Villanueva de la Reina y se situaron entre la
ermita de Santa Ana, en el Cerro Cantero, y el casco urbano.
Los
españoles que se encontraban en La
Higuereta, hoy Lahiguera, también estaban vivaqueando al raso
y recibieron la orden de atacar. Allí estaba la 2ª División del Ejército de
Andalucía con el marqués de Coupigny al frente. En total eran unos 7.800
soldados distribuidos en dos regimientos de infantería de línea, los
voluntarios granadinos y batallones de milicianos; dos regimientos de
caballería: el Borbón y el España, y una compañía de artillería y zapadores. El primer ataque español fue rechazado por
los franceses por lo que Coupigny decidió ponerse al frente de su ejército para
aplastarles. Ante eso, los franceses temieron que le cortaran la retirada por
los vados del río Guadalquivir, que pasa por el mismo casco urbano de
Villanueva de la Reina,
y decidieron retirarse. La caballería les sigue y el final de la acción
concluye con unas 200 bajas del ejército francés. Los días 16 y 17 de julio, el
ejército español decide acampar en Villanueva para evitar encontrarse con los
hombres que dirigía el francés Vedel. En
la noche del dieciocho al diecinueve de julio en Bailén.
Los
soldados improvisaban vivac entre
fogatas, cocinando alimentos, pellejos de vino, armas y caballos, sin más
elementos que la propia manta o capote que utilizaban insertando las piernas
por las mangas a modo de improvisado saco de dormir.
Se
construían barracas con tablas cubiertas de follaje o de paja y tiendas
levantadas con ramas, sobre las que se apoyaban piezas de tela o hábitos de
frailes, y se alfombraban con pieles de animales sacrificados.
EL RANCHO
La
llegada de los Borbones al trono español hizo que, paulatinamente y a través de
distintas ordenanzas y reglamentos, se fuesen introduciendo modificaciones en
la organización y funcionamiento del Ejército, siendo una de ellas la relativa
a la comida de la tropa.
Las
ordenanzas empezaron a disponer que el soldado de su haber o paga dedicase una parte a la comida. En las ordenanzas de
Carlos III quedan reflejadas las cantidades que el soldado debería dedicar a su
comida:
(…) tendrá nueve cuartos
diarios de socorro, y de ellos dejará siete para sustento, que será en dos
ranchos, el uno entre nueve y diez de la mañana, y el otro después de la lista de
la tarde, Para lavar ropa, comprar tabaco, hilo y demás menudos gastos,
servirán los otros cuartos que le tocan cada día.
El
haber, o paga del soldado, estaba formado por la cantidad destinada al socorro y la empleada en la compra de
vestuario –masita y masa-; parte del
socorro se empleaba en la comida y el resto constituían las
sobras.(Equivalencias: un escudo=10 reales; 1 real= 34 maravedíes; 1 cuarto = 4
maravedíes).
Consciente
Carlos III de lo difícil que resultaría conseguir el buen funcionamiento de los
ranchos, implica en este sistema a todos los mandos de las unidades.
La
palabra rancho tiene dos acepciones
por un lado, se refiere a una de las dos comidas que diariamente se dan al
soldado, y que este paga con cierta parte de su haber, compuesta de legumbres
sazonadas con tocino, manteca o aceite. En campaña se añade con frecuencia
carne fresca o salada, bacalao etc.
Por
otro lado se refiere a la junta o reunión de varios soldados que comen juntos.
Durante
el siglo XIX hay pocas variaciones al respecto en cuanto a la cantidad de
dinero que el soldado invierte en su manutención –siete cuartos- veintiocho
maravedíes y el cometido del Sargento mayor en cuanto a vigilancia del
funcionamiento de los ranchos. Dicha función sería asumida por el Teniente
Coronel del Regimiento a partir de 1815.
El
soldado fusilero recibe por los
veintiocho maravedíes un potaje por la mañana y el mismo menú por la tarde. El
alimento resulta escaso, reiterativo, insípido y poco nutritivo; en la dieta
del soldado entran exclusivamente patatas, alubias, arroz, garbanzos y fideos,
guisados con un poco de tocino o aceite y pimentón. Del sobrante, dan buena
cuenta de él los indigentes que se agolpan a las puertas de los cuarteles.
La
comida del soldado era mala y escasa. La carne y el pescado se consumían secos
a base de salazón y el pan se sustituía por galletas duras. Los alimentos se cocinaban de forma colectiva para grupos
de doce hombres[1],
los cuales comían directamente de la cacerola.
En
las cocinas se desconoce por completo la carne, el pescado, la leche, la fruta,
las verduras y otros alimentos que están al alcance de todas las clases
trabajadoras, debiendo la tropa si desea consumirlos, dedicar a su adquisición
parte del dinero de las sobras.
Los
más afortunados en este aspecto fueron las tropas británicas pues su ración
diaria se componía de galletas, pan o arroz, carne de vaca o caballo y vino o
licor. Wellington llegó a decir a sus oficiales que “su principal obligación no consistía en batirse valerosamente en el
campo de batalla sino en atender el buen estado físico y moral de sus tropas
durante los períodos de reposo”[2].
El
rancho se confecciona por compañías, repartiéndose al aire libre y de la olla
común, con lo cual, si el primero en ser servido tiene la suerte de recibir la
comida caliente, al último le llega fría, y si aquél recibe parte sólida del
menú, a éste le llega sólo el caldo.
Al
no disponerse de mesas ni de locales apropiados donde el soldado pueda consumir
su comida con cierta comodidad, se ve obligado a hacerlo de pie o sentado en el
suelo del patio del cuartel o, si se le permite, en su propia cama.
Son
numerosos los intentos por mejorar la situación del soldado y a fin de que esté
bien nutrido y mejor preparado, pues padece frecuentes mareos y desmayos
durante la realización de ejercicios, maniobras y paradas. También se aspira a
disponer de suficiente mobiliario para que cada diez soldados se puedan sentar en
una mesa. Aparecen los primeros ejemplos de comedores para la tropa. Los
introdujo el ejército austriaco y el prusiano.
VESTUARIO Y UNIFORMES
La
uniformidad de la tropa en tiempos de guerra era escasa y los soldados tenían
que “apañarse” con lo que tenían pues
no se les reponían las piezas de los uniformes que se les deterioraban con el
uso. Los soldados solían llevar llamativos uniformes que tenían como finalidad
diferenciar a los ejércitos combatientes para no confundirse en la lucha.
También querían impresionar al enemigo realzando la apariencia del soldado;
así, por ejemplo, los plumines o los gorros de piel de los granaderos tenían
por objeto aparentar mayor estatura. Y las charreteras,
que por lo general eran llamativas, ampliaban el ancho de los hombros.
“El soldado debía sentirse
orgulloso de la unidad a la que servía y el carácter diferencial con otros
soldados se lo proporcionaba su uniforme”
pero, con el uso continuado en el combate, se les deterioraba con facilidad y
como no abundaban los repuestos se proveía de lo que encontraba a su alrededor.
En ocasiones tal era la falta de uniformidad que el único elemento distintivo
era la escarapela, un lazo de color que se solía llevar en el bicornio y que
los ejércitos llevaban.
LAS MARCHAS
Las
marchas de los regimientos eran duras, pues tenían que soportar los rigores del
clima, la mayoría de las veces enfermos, descalzos y hambrientos. Las batallas,
a excepción de los sitios, duraban uno o dos días por lo que la mayor parte del
tiempo lo dedicaban a marchar de día y de noche. Como unas veces se marchaba en
retirada y, otras por la noche para combatir al amanecer, -como hizo el
ejército de Dupont en la batalla de Bailén;- por lo que sobrevivir a la marcha
ya era una hazaña.
El
movimiento de un ejército dependía de la velocidad de la marcha, de la cantidad
de artillería y bagajes que transportaba, del estado de los caminos o de las
horas de luz de las que disponía. “Un
ejército de la época podría marchar a una media de 30 ó 40 km diarios”,
si bien este promedio se superaba. La infantería británica tenía
reglamentadas tres formas de paso para marchar:”ordinario” a 75 pasos por minuto, “rápido” a 108 y “redoblado”
a 120. Los franceses tenían establecidos 76 pasos por minuto como paso
ordinario y 100 como rápido.
Un
elemento esencial para entender el sufrimiento del soldado durante las marchas
era su calzado: “botín” o “botas” que se utilizaban
indistintamente en los dos pies para facilitar su conservación o reposición. En
este aspecto el ejército francés solía poner a disposición del soldado tres
pares de zapatos, dos de repuesto en la mochila y otro para marchar.
El
ejército español conocedor del terreno y de las condiciones climáticas, utilizó
la clásica alpargata de esparto, cuyo rendimiento y comodidad eran muy
superiores a la bota reglamentaria.
Este
curioso texto esta tomado de las memorias del general Hugo: “
El enemigo tenía otros
recursos que nosotros; porque sus mismos soldados se calzaban, tanto con
alpargatas, compuestas de cuerda fina de esparto, como con abarcas, un pedazo
de cuero verde, atado al pie y bajo la pierna por correas: estos tipos de
zapatos son conocidos por todos los habitantes de España. Inútilmente intenté
introducir su uso en mi división, los soldados no parecieron poder
acostumbrarse. Sin embargo ambas clases no tienen que despreciar en absoluto,
no digo en guarnición, donde se quiere brillar, pero en la guerra, donde hacen
falta cosas convenientes. Las alpargatas son muy ligeras, de un precio bajo, y
de un uso excelente durante la sequedad, en todo tipo de terrenos; la abarca,
poco costosa, excelente para caminos grasos y cenagosos, así como para
atravesar torrentes, esperado que el agua no puede permanecer allí, el
movimiento del pie que lo hace despachar seguidamente, o por la punta, o por el
talón; en segundo lugar, porque atada sobre piezas de tela, por medio de
correas fuertes, que nada desgasten como las trabillas inferiores de nuestras
polainas, jamás se corre peligro de verse descalzado en los terrenos
fangosos”
Era
muy frecuente que las columnas de marcha estuviesen rematadas por personal
civil que acompañaba a los ejércitos. Principalmente estaba formado por
artesanos y mujeres, incluso a veces, niños. Los primeros eran herreros,
carpinteros, sastres, talabarteros y personal que iba al servicio de los
oficiales. El séquito de mujeres lo formaban esposas, novias, cantineras,
lavanderas que se unían en las pausas a las columnas. En ocasiones acompañaban
a los ejércitos familias enteras con niños que sufrían y pasaban las mismas
calamidades que los combatientes.
SANIDAD
Las
bajas por enfermedades o epidemias doblaban a las de guerra. No había muchos
conocimientos sobre la importancia de la higiene, no existían antibióticos y
cualquier herida, por pequeña que fuese podía causar la muerte por gangrena, siendo la amputación del
miembro lo que permitía en la tercera parte de los casos que el soldado
sobreviviese. La operación se improvisaba sin más anestesia que un poco de opio
o algo de brandy o ron.
La
evacuación de los heridos en los campos de batalla era muy deficiente. Lo
normal era que se quedasen los heridos en el terreno hasta la finalización del
combate. Después se enviaban a grupos de rescate que buscaban entre los muertos
a los heridos que no podían regresar por sí mismos a sus propias líneas, antes
de que llegaran los saqueadores a rematarlos y llevarse sus objetos de valor,
armas y uniformes.
Se
instalaban hospitales de sangre en
conventos e iglesias, donde reatendían a los heridos. Allí quedaban, en caso de
retirada apresurada, a los cuidados que el enemigo les prestara, que
generalmente eran los mismos que a sus propios hombres.
[1] 200 Años de la
Guerra de la Independencia. 1808-1814. La Historia y sus enseñanzas
[2] Boletín nº 19 Asociación Histórico – Cultural Voluntarios de
Aragón