martes, 28 de enero de 2020

ASÍ VIVÍAN LOS SOLDADOS DE 1808


MODO DE VIDA EN CAMPAÑA
Los ejércitos en campaña no tenían unas condiciones muy cómodas de vida, con frecuencia utilizaban el sistema de acantonamiento que consistía en el alojamiento de las tropas en edificios civiles esto es, viviendas, edificios públicos o religiosos.
Generalmente las tropas francesas se acuartelaron en los edificios públicos y religiosos, que sometían al saqueo y a la rapiña. Sus oficiales eran alojados en viviendas particulares.
Era habitual, en el buen tiempo, pasar la noche al raso. Así lo hicieron los soldados franceses en la Acción de Villanueva que se desarrolló el día 15 de julio de 1808. A última hora del día anterior, dos batallones, compuestos entre 800 y 1000 hombres, entraron en término de Villanueva de la Reina y se situaron entre la ermita de Santa Ana, en el Cerro Cantero, y el casco urbano.
Los españoles que se encontraban en La Higuereta, hoy Lahiguera, también estaban vivaqueando al raso y recibieron la orden de atacar. Allí estaba la 2ª División del Ejército de Andalucía con el marqués de Coupigny al frente. En total eran unos 7.800 soldados distribuidos en dos regimientos de infantería de línea, los voluntarios granadinos y batallones de milicianos; dos regimientos de caballería: el Borbón y el España, y una compañía de artillería y zapadores.  El primer ataque español fue rechazado por los franceses por lo que Coupigny decidió ponerse al frente de su ejército para aplastarles. Ante eso, los franceses temieron que le cortaran la retirada por los vados del río Guadalquivir, que pasa por el mismo casco urbano de Villanueva de la Reina, y decidieron retirarse. La caballería les sigue y el final de la acción concluye con unas 200 bajas del ejército francés. Los días 16 y 17 de julio, el ejército español decide acampar en Villanueva para evitar encontrarse con los hombres que dirigía el francés Vedel. En la noche del dieciocho al diecinueve de julio en Bailén.
Los soldados improvisaban vivac entre fogatas, cocinando alimentos, pellejos de vino, armas y caballos, sin más elementos que la propia manta o capote que utilizaban insertando las piernas por las mangas a modo de improvisado saco de dormir.
Se construían barracas con tablas cubiertas de follaje o de paja y tiendas levantadas con ramas, sobre las que se apoyaban piezas de tela o hábitos de frailes, y se alfombraban con pieles de animales sacrificados.

 EL RANCHO

La llegada de los Borbones al trono español hizo que, paulatinamente y a través de distintas ordenanzas y reglamentos, se fuesen introduciendo modificaciones en la organización y funcionamiento del Ejército, siendo una de ellas la relativa a la comida de la tropa.
Las ordenanzas empezaron a disponer que el soldado de su haber o paga dedicase una parte a la comida. En las ordenanzas de Carlos III quedan reflejadas las cantidades que el soldado debería dedicar a su comida:
(…) tendrá nueve cuartos diarios de socorro, y de ellos dejará siete para sustento, que será en dos ranchos, el uno entre nueve y diez de la mañana, y el otro después de la lista de la tarde, Para lavar ropa, comprar tabaco, hilo y demás menudos gastos, servirán los otros cuartos que le tocan cada día.
El haber, o paga del soldado, estaba formado por la cantidad destinada al socorro y la empleada en la compra de vestuario –masita y masa-; parte del socorro se empleaba en la comida y el resto constituían las sobras.(Equivalencias: un escudo=10 reales; 1 real= 34 maravedíes; 1 cuarto = 4 maravedíes).

Consciente Carlos III de lo difícil que resultaría conseguir el buen funcionamiento de los ranchos, implica en este sistema a todos los mandos de las unidades.
La palabra rancho tiene dos acepciones por un lado, se refiere a una de las dos comidas que diariamente se dan al soldado, y que este paga con cierta parte de su haber, compuesta de legumbres sazonadas con tocino, manteca o aceite. En campaña se añade con frecuencia carne fresca o salada, bacalao etc.
Por otro lado se refiere a la junta o reunión de varios soldados que comen juntos.
Durante el siglo XIX hay pocas variaciones al respecto en cuanto a la cantidad de dinero que el soldado invierte en su manutención –siete cuartos- veintiocho maravedíes y el cometido del Sargento mayor en cuanto a vigilancia del funcionamiento de los ranchos. Dicha función sería asumida por el Teniente Coronel del Regimiento a partir de 1815.
El soldado fusilero recibe por los veintiocho maravedíes un potaje por la mañana y el mismo menú por la tarde. El alimento resulta escaso, reiterativo, insípido y poco nutritivo; en la dieta del soldado entran exclusivamente patatas, alubias, arroz, garbanzos y fideos, guisados con un poco de tocino o aceite y pimentón. Del sobrante, dan buena cuenta de él los indigentes que se agolpan a las puertas de los cuarteles.
La comida del soldado era mala y escasa. La carne y el pescado se consumían secos a base de salazón y el pan se sustituía por galletas duras. Los alimentos se cocinaban de forma colectiva para grupos de doce hombres[1], los cuales comían directamente de la cacerola.
En las cocinas se desconoce por completo la carne, el pescado, la leche, la fruta, las verduras y otros alimentos que están al alcance de todas las clases trabajadoras, debiendo la tropa si desea consumirlos, dedicar a su adquisición parte del dinero de las sobras.
Los más afortunados en este aspecto fueron las tropas británicas pues su ración diaria se componía de galletas, pan o arroz, carne de vaca o caballo y vino o licor. Wellington llegó a decir a sus oficiales que “su principal obligación no consistía en batirse valerosamente en el campo de batalla sino en atender el buen estado físico y moral de sus tropas durante los períodos de reposo”[2].
El rancho se confecciona por compañías, repartiéndose al aire libre y de la olla común, con lo cual, si el primero en ser servido tiene la suerte de recibir la comida caliente, al último le llega fría, y si aquél recibe parte sólida del menú, a éste le llega sólo el caldo.
Al no disponerse de mesas ni de locales apropiados donde el soldado pueda consumir su comida con cierta comodidad, se ve obligado a hacerlo de pie o sentado en el suelo del patio del cuartel o, si se le permite, en su propia cama.
Son numerosos los intentos por mejorar la situación del soldado y a fin de que esté bien nutrido y mejor preparado, pues padece frecuentes mareos y desmayos durante la realización de ejercicios, maniobras y paradas. También se aspira a disponer de suficiente mobiliario para que cada diez soldados se puedan sentar en una mesa. Aparecen los primeros ejemplos de comedores para la tropa. Los introdujo el ejército austriaco y el prusiano.


VESTUARIO Y UNIFORMES
La uniformidad de la tropa en tiempos de guerra era escasa y los soldados tenían que “apañarse” con lo que tenían pues no se les reponían las piezas de los uniformes que se les deterioraban con el uso. Los soldados solían llevar llamativos uniformes que tenían como finalidad diferenciar a los ejércitos combatientes para no confundirse en la lucha. También querían impresionar al enemigo realzando la apariencia del soldado; así, por ejemplo, los plumines o los gorros de piel de los granaderos tenían por objeto aparentar mayor estatura. Y las charreteras, que por lo general eran llamativas, ampliaban el ancho de los hombros.

“El soldado debía sentirse orgulloso de la unidad a la que servía y el carácter diferencial con otros soldados se lo proporcionaba su uniforme” pero, con el uso continuado en el combate, se les deterioraba con facilidad y como no abundaban los repuestos se proveía de lo que encontraba a su alrededor. En ocasiones tal era la falta de uniformidad que el único elemento distintivo era la escarapela, un lazo de color que se solía llevar en el bicornio y que los ejércitos llevaban.

LAS MARCHAS
Las marchas de los regimientos eran duras, pues tenían que soportar los rigores del clima, la mayoría de las veces enfermos, descalzos y hambrientos. Las batallas, a excepción de los sitios, duraban uno o dos días por lo que la mayor parte del tiempo lo dedicaban a marchar de día y de noche. Como unas veces se marchaba en retirada y, otras por la noche para combatir al amanecer, -como hizo el ejército de Dupont en la batalla de Bailén;- por lo que sobrevivir a la marcha ya era una hazaña.
El movimiento de un ejército dependía de la velocidad de la marcha, de la cantidad de artillería y bagajes que transportaba, del estado de los caminos o de las horas de luz de las que disponía. “Un ejército de la época podría marchar a una media de 30 ó 40 km diarios”, si bien este promedio se superaba. La infantería británica tenía reglamentadas tres formas de paso para marchar:”ordinario” a 75 pasos por minuto, “rápido” a 108 y “redoblado” a 120. Los franceses tenían establecidos 76 pasos por minuto como paso ordinario y 100 como rápido.
Un elemento esencial para entender el sufrimiento del soldado durante las marchas era su calzado: “botín” o “botas” que se utilizaban indistintamente en los dos pies para facilitar su conservación o reposición. En este aspecto el ejército francés solía poner a disposición del soldado tres pares de zapatos, dos de repuesto en la mochila y otro para marchar.

El ejército español conocedor del terreno y de las condiciones climáticas, utilizó la clásica alpargata de esparto, cuyo rendimiento y comodidad eran muy superiores a la bota reglamentaria.
Este curioso texto esta tomado de las memorias del general  Hugo: “ El enemigo tenía otros recursos que nosotros; porque sus mismos soldados se calzaban, tanto con alpargatas, compuestas de cuerda fina de esparto, como con abarcas, un pedazo de cuero verde, atado al pie y bajo la pierna por correas: estos tipos de zapatos son conocidos por todos los habitantes de España. Inútilmente intenté introducir su uso en mi división, los soldados no parecieron poder acostumbrarse. Sin embargo ambas clases no tienen que despreciar en absoluto, no digo en guarnición, donde se quiere brillar, pero en la guerra, donde hacen falta cosas convenientes. Las alpargatas son muy ligeras, de un precio bajo, y de un uso excelente durante la sequedad, en todo tipo de terrenos; la abarca, poco costosa, excelente para caminos grasos y cenagosos, así como para atravesar torrentes, esperado que el agua no puede permanecer allí, el movimiento del pie que lo hace despachar seguidamente, o por la punta, o por el talón; en segundo lugar, porque atada sobre piezas de tela, por medio de correas fuertes, que nada desgasten como las trabillas inferiores de nuestras polainas, jamás se corre peligro de verse descalzado en los terrenos fangosos”
Era muy frecuente que las columnas de marcha estuviesen rematadas por personal civil que acompañaba a los ejércitos. Principalmente estaba formado por artesanos y mujeres, incluso a veces, niños. Los primeros eran herreros, carpinteros, sastres, talabarteros y personal que iba al servicio de los oficiales. El séquito de mujeres lo formaban esposas, novias, cantineras, lavanderas que se unían en las pausas a las columnas. En ocasiones acompañaban a los ejércitos familias enteras con niños que sufrían y pasaban las mismas calamidades que los combatientes.


SANIDAD
Las bajas por enfermedades o epidemias doblaban a las de guerra. No había muchos conocimientos sobre la importancia de la higiene, no existían antibióticos y cualquier herida, por pequeña que fuese podía causar la muerte por gangrena, siendo la amputación del miembro lo que permitía en la tercera parte de los casos que el soldado sobreviviese. La operación se improvisaba sin más anestesia que un poco de opio o algo de brandy o ron.
La evacuación de los heridos en los campos de batalla era muy deficiente. Lo normal era que se quedasen los heridos en el terreno hasta la finalización del combate. Después se enviaban a grupos de rescate que buscaban entre los muertos a los heridos que no podían regresar por sí mismos a sus propias líneas, antes de que llegaran los saqueadores a rematarlos y llevarse sus objetos de valor, armas y uniformes.
Se instalaban hospitales de sangre en conventos e iglesias, donde reatendían a los heridos. Allí quedaban, en caso de retirada apresurada, a los cuidados que el enemigo les prestara, que generalmente eran los mismos que a sus propios hombres.   





[1] 200 Años de la Guerra de la Independencia. 1808-1814. La Historia y sus enseñanzas
[2] Boletín nº 19 Asociación Histórico – Cultural Voluntarios de Aragón