viernes, 16 de octubre de 2020

17 DE OCTUBRE DE 1815: NAPOLEÓN DESTERRADO A LA ISLA DE SANTA HELENA

El 26 de febrero de 1815 Napoleón abandonó la isla de Elba donde estaba recluido desde el 4 de mayo de 1814  y su barco puso rumbo a la costa francesa. Al saber que había desembarcado en Cannes, Luis XVIII envió un ejército para detenerle. Sin embargo, los soldados que debían frenar su avance hacia París hicieron todo lo contrario: se unieron a las tropas del emperador. Napoleón recuperó el poder sin disparar un solo tiro. El 20 de marzo ya pasó la noche en las Tullerias tras ser recibido por una muchedumbre. Empezaba así lo que se ha llamado el gobierno de los Cien Días.

Napoleón nombró ministros y otorgó una constitución de signo liberal. Sabiendo que los aliados no tardarían en reaccionar, reunió un enorme ejército. Pero sus adversarios disponían de muchos más. Waterloo, la batalla decisiva,  se libró el 18 de junio de 1815 en una llanura de la actual Bélgica. Tras su nueva y definitiva derrota Napoleón se replegó hacia París. Después se dirigió a Rochefort y a la isla de Aix, en la costa atlántica, donde pudo haber embarcado rumbo a América. Sin embargo, prefirió entregarse a los ingleses. 

 

El gobierno Británico decidió que el corso sería desterrado a una isla, pero esta vez muy lejos de Europa. Una isla del hemisferio sur, Santa Helena. El 17 de octubre de 1815, este año se cumplen 205  años de su llegada, desembarcaba en la isla a bordo del Norhumberland, un navío de guerra de la Royal Navy, muy bien custodiado por una flota y 2.500 soldados.  A su confinamiento le acompañaron algunos de sus hombres más leales. Uno de ellos, el conde Las Cases, su secretario, escribió el Memorial de Santa Helena, publicado en Londres el 1823 en 8 volúmenes. Para todos sus acompañantes, Napoleón seguía siendo su emperador, cosa que naturalmente irritaba a los ingleses. Estos no lo trataron con guantes de seda precisamente. Para empezar, le llamaban general Bonaparte, lo cual hería su megalomanía.

Al llegar a Santa Helena, Napoleón y sus acompañantes fueron alojados en unas barracas de madera levantadas para guardar ganado. Napoleón, que había vivido en muchos palacios, ahora se alojaba en una choza.  El carcelero del ex emperador era Sir Hudson Lowe. Tras una agria discusión con él, Napoleón nunca más le dirigió la palabra.

El destierro de Napoleón en Santa Helena duró seis años.  Cansados de él, algunos de sus hombres le abandonaron y volvieron a Francia. Las Cases, su secretario, dejó la isla en 1816. El  Emperador falleció el 5 de mayo, a la edad de 51años. Oficialmente murió a causa de un cáncer de estómago. La tesis de un posible envenenamiento con arsénico ha sido muy controvertida. El cadáver del emperador recibió sepultura en un valle próximo a Longwood, bajo una lápida sin nombre alguno, pues los británicos no querían ver en la piedra la inscripción NAPOLEÓN. 

La repatriación de los restos de Napoleón tuvo lugar el año 1840, durante el reinado de Luis Felipe. Para que los restos del emperador volvieran a Francia era necesario el permiso de los británicos y el del monarca francés. Con Luis Felipe no hubo problemas. El gobierno británico fue más reacio a la repatriación, pero al final accedió a ella a cambio de conservar su influencia en la llamada “Cuestión de Oriente.” La fosa se abrió en presencia de británicos y franceses. El monarca francés había enviado a Santa Helena a su hijo para proceder a la exhumación. El cadáver aún era reconocible. Fue transportado a Francia y llevado a los Inválidos.

 

Todavía descansan allí y sus restos están protegidos por seis ataúdes. A su lado yace su hijo Napoleón François Joseph Charles Bonaparte, que pasó a la historia con el título que recibió al nacer Rey de Roma, conocido después de fallecido con el sobrenombre de  L’Aiglon- el Aguilucho-. El majestuoso sarcófago de pórfido rojo de los Inválidos fue diseñado por Luis Visconti, pero no fue inaugurado hasta 1861 cuando ya en Francia gobernaba Napoleón III que estuvo casado con la noble española Eugenia de Montijo, condesa de Teba. Todo estaba acabado. Napoleón dormía a orillas del Sena, en medio de ese pueblo francés que tanto había amado. Veinticinco años solamente habían pasado desde 1815, desde Waterloo. La Leyenda había vencido a la Historia. Napoleón no se había equivocado. En los días más negros de Santa Elena, había dicho:

- Oiréis otra vez a París gritar «¡Viva el Emperador!»


 

 

 

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