jueves, 22 de julio de 2021

¿QUÉ PASÓ DESPUÉS DE LA BATALLA?

 

Tras muchas horas de tenaz lucha en unas condiciones extremas por el calor reinante, las fuerzas napoleónicas están perdidas y, hacia el mediodía, Dupont pide un “alto el fuego”. Reding informa a Castaños, general en jefe del ejército de Andalucía, quien rechaza la propuesta de retirada del ejército francés hacia Madrid y, de esta forma, fuerza la capitulación de las tropas del II Cuerpo de Observación de la Gironda. 

Al anochecer de ese día, el poeta Juan Federico Muntadas  en su obra “La Batalla de Bailén, canto épico” describe la situación de los contendientes de una y otra parte:

Doquiera se alzan lúgubre montones,

cuerpos sin brazos, troncos sin cabezas;

Bailén ofrece en tan siniestro día

espantosa, feroz carnicería.

Las tropas de uno y otro bando permanecieron en sus puestos durante muchas horas después del alto el fuego. Hacía un calor insoportable que no se veía mitigado con la llegada de la noche. Además del bochorno, el ambiente está invadido por el olor nauseabundo que desprenden los miles de cadáveres de hombres y caballería que se descomponen de manera acelerada en el campo de batalla. Durante algunos días Bailén huele a muerte y pólvora quemada. Las horas posteriores a la batalla son igual de movidas en uno y otro bando. Los heridos franceses son evacuados hacia los servicios sanitarios que habían establecido en el patio de la Venta del Rumblar donde tienen la tierra por cama y por techo algunas ramas de olivo. Allí se asiste a los heridos, mientras tanto los cadáveres quedan insepultos en el campo de batalla.

Por otro lado, el Ejército Español, que había tenido sus bajas,  después de enterrar a sus muertos; traslada a los heridos a la villa de Bailén,  que son atendidos en el hospital de campaña instalado en las calles de El Santo y de Las Eras. Es de resaltar un gran incendio que se origina en algunas casas de esta última calle en un descuido de unos soldados que preparaban los ranchos. Tal accidente lleva a la ruina a los dueños de esas viviendas.

Los ejércitos se mantienen durante varios días en el mismo lugar, las tropas españolas por estrategia y las francesas por imposición. Mientras, los generales españoles y franceses parlamentaban para llegar a un acuerdo. Las negociaciones van despacio, el hambre mortifica a los soldados franceses y el calor sofocante trastorna las cabezas, pero el hambre y la sed no inhiben sus ansias depredadoras y algunos de ellos saquean el santuario de la Virgen de Zocueca, de donde según Antonio José Carrero se llevan “lámparas, cálices y demás alhajas de plata. Derriban la imagen del trono, la despojan de la media luna, corona y demás joyas; dejando destruidas las molduras y cristales del hermoso camarín”. De este expolio nace la leyenda en Bailén de tesoros enterrados en sus campos por los soldados franceses.

El capitán de Estado Mayor Villoutreys es comisionado por el General Dupont para solicitar, enarbolando bandera blanca, la suspensión de hostilidades. Reding lo remite a Castaños y el oficial francés llega a Andújar a la caída de la tarde. Según un testigo va “acompañado de ordenanzas españoles y con los ojos vendados”. De inmediato se entrevista con el General Castaños quien ya tenía tomada una decisión, pues era conocedor de la crítica situación del ejército francés. Los franceses piden capitulación, pero Castaños solamente les concede ser prisioneros de guerra y ser tratados con la consideración con que se trató a la escuadra francesa de Rosilly en Cádiz.

Mientras tanto, los campos de Bailén son lugar de gran incertidumbre porque nadie del ejército español ni del napoleónico sabe lo que está ocurriendo en Andújar. No hay noticias y las tropas, que permanecen sin  moverse, temen vivir otro infernal combate al día siguiente. El capitán Villoutreys regresa de Andújar de madrugada e informa al General Dupont que Castaños “no quería concederle capitulación alguna y que se debía rendir totalmente”. Dupont lo intenta de nuevo con el General inspector de Ingenieros Samuel Marescot que conocía personalmente a Castaños, aunque éste no quería hacerlo. Al final lo hace obligado por Dupont que le dice que si se niega, se le acusará de “indiferencia para la salvación del ejército”. Marescot no puede llegar a Andújar, pues se lo impide el General  La Peña, alegando que está autorizado para que negociara con él.

El 20 de julio por la tarde, los comisionados franceses Chabert, Villoutreys y Marescot parten del cuartel general francés hacia donde se encuentra el General Castaños acompañado de don Pedro Agustín Girón. Se entrevistan  en la Casa de Postas que se conoce con el nombre de Casa del Rey o Casa de Pinoquemado. Allí, después de fuertes discusiones e intensos debates, los parlamentarios franceses  no pueden evitar que todas sus divisiones sean incluidas en la Capitulación y se llega al acuerdo de que se consienta la retirada de todas las tropas hacia Madrid, aunque se opone el Conde de Tilly.

Toda la situación cambia por el despacho que llega a manos de Castaños y que había sido interceptado por vecinos de Valdepeñas y de Membrilla la mañana del 19 de julio, cerca de la Venta del Judío, entre Valdepeñas y el Viso. El contenido de dicho documento hace cambiar totalmente la situación pues descubren los propósitos napoleónicos: que las tropas del General Dupont volviesen a Madrid a través de Despeñaperros. Dupont había enviado a la negociación al capitán de fragata Baste y al jefe de batallón Warenghien para que insistiesen ante Castaños en que no se incluyeran en el acuerdo a las divisiones de los Generales Vedel y Gobert, pero no lo consiguieron.

El 21 de julio, enterado el Cuartel General español de que Vedel se retiraba hacia Sierra Morena con su ejército para alcanzar La Mancha, los comisionados españoles se creen engañados y amenazan con romper todo lo tratado, y amenazan con pasar al ejército del General Dupont a cuchillo. Ante esta determinación, Dupont ordena a Vedel que vuelva, asumiendo la derrota total, da el visto bueno a la capitulación y la acepta a la fuerza.

El 22 de julio, habiendo vuelto Vedel, se firma la capitulación en Andújar a las tres de la tarde, según declara el capitán Villoutreys en París, en agosto de 1808. El documento firmado por ambas partes consta de 21 artículos principales y 4 adicionales que rubrican por parte española el General Castaños, -general en jefe del Ejército de Andalucía-, el Conde Tilly, -vocal de la Junta Suprema de Sevilla- y el Teniente General Ventura Escalante, Capitán General del Reino de Granada. Por parte francesa, lo hacen el General de Brigada Chabert, - representante del II Cuerpo de Observación de La Gironda- y el General de Divisón Marescot, como testigo.

Firmado el tratado, se quiere ejecutar rápidamente por parte del Estado Mayor español para poner fin a la penosa situación que viven los soldados de uno y otro bando en los campos de Bailén. Llevaban tres días sin moverse de sus posiciones, sufriendo la falta de alimentos y de líquidos y soportando los fuertes calores del verano. Situación que se hacía insoportable. Los generales españoles, sensibles al sacrificio de sus tropas, una vez firmado el documento, se ponen en marcha hacia Bailén.


El General Castaños desde Andújar informa el 27 de julio a la Junta Suprema de Sevilla: “Desfilaron delante de nuestro ejército los 8.242 hombres de la División Dupont, rindiendo armas, águilas y banderas quedando prisioneros de guerra”. Según lo pactado en el punto 17 de la capitulación: dos piezas de artillería abren el desfile de cada batallón imperial; marchan a tambor batiente, con las banderas al viento y mechas encendidas para iluminar la noche. A unos 800 metros  –unas 400 toesas-  se consuma el desarme de los soldados. Este hecho les duele más a los soldados que sus heridas físicas e incluso hubiesen preferido la muerte antes que sentirse humillados. Posteriormente, desfilaron los diez mil hombres de la División del General Vedel quienes entregaron sus armas y artillería sintiéndose también muy humillados, más si cabe que las de Dupont porque tuvieron que volver desde cerca de Despeñaperros, cuando ya creían que su retirada estaba asegurada.

Las pérdidas francesas ascendieron a 2.200 muertos en el campo de batalla y 400 heridos. Los españoles sufrieron 243 fallecidos, de ellos, diez oficiales y 735 heridos, de los cuales 24 eran oficiales. Nunca la villa de Bailén y sus alrededores estuvieron tan concurridos como en los días posteriores a la batalla. Como cuenta Antonio José Carrero en su obra “los campos de Bailén estaban desbordados y parece increíble que en tan poco espacio pudiese subsistir tanta gente y caballos” Todo este dolor, con la firma de las capitulaciones, está llegando a su fin para los soldados españoles, pero no así para las tropas francesas, pues para ellos se inicia una triste odisea, una nueva y fatídica realidad. Desde el campo de batalla, los franceses fueron trasladados a Cádiz, protegidos más que escoltados, por destacamentos españoles, para librarlos de  las iras del pueblo que quería proyectar en ellos el odio por la invasión, por los sucesos del 2 de mayo y por el saqueo de Córdoba, donde precisamente los soldados de Dupont habían cometido toda clase de excesos. Bailén va a ser para ellos el punto de partida hacia un destino que estará lleno de penurias, sangre y muerte. A partir de este momento, cada prisionero francés de Bailén deberá librar una batalla por conservar su vida.

Castaños y Dupont apenas se vieron las caras en Bailén, según escribe el historiador Jesús de Haro en su obra “Noticias sobre la campaña de Andalucía y batalla de Bailén por Juan de Bouligny”. Viendo la tardanza de Dupont, una vez pasadas las tropas, los generales españoles vuelven a Bailén. Al otro lado del puente del Rumblar encuentran el carruaje de Dupont. Venía solo en su coche, en mangas de camisa. El General Castaños se acerca a la portezuela, Dupont hace intención de apearse, pero Castaños no se lo permite y le informa que para su custodia, además de los coraceros que traía, le destinaba una compañía del regimiento de Pavía.

Estos testimonios vienen a demostrar que el encuentro entre los generales en Jefe del ejército de Andalucía y del II Cuerpo de Observación de La Gironda no existe tal y como la pintura de Casado del Alisal lo representa, ni tampoco como a la literatura se le antoja, cuando Fernando Fernández de Córdoba escribe en sus “Memorias íntimas”, la conocida frase: “General, os entrego esta espada con que he vencido en cien batallas”. A lo que contesta Castaños, devolviéndole el arma: “Pues mi primera victoria, es ésta”.

Por sus repercusiones militares y políticas, se dice que la batalla de Bailén cambia la historia de España, pero lo que realmente determina esta batalla es el destino de aquellos soldados franceses que pierden la libertad en incluso su vida como prisioneros de guerra. Napoleón no es el gran perdedor, ni sus generales que a los pocos meses ya estaban en Francia. Los verdaderos perdedores son los miles de oficiales, suboficiales y tropa que quedan en  España a merced del infortunio y olvidados de todos. Si todos eran prisioneros de guerra, todos debieron seguir el mismo destino, pero sin embargo no fue así. Como dice Díaz Torrejón en el epílogo de su obra Las Águilas vencidas en Bailén. Éxodo de prisioneros napoleónicos por Andalucía. (julio-diciembre 1808) 

 Los prisioneros de Bailén son los desgraciados protagonistas de otra historia que continúa en los pontones de Cádiz y en la isla de Cabrera, una nueva historia tan dramática y escabrosa que cuando se hurga en ella la memoria forzosamente duele”.

 

 

 

 

 

 

 

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