En la Plaza de los Jardinillos de Jaén se encuentra el monumento dedicado a Bernardo López García, poeta giennense, cantor “al 2 de Mayo” realizado por el escultor de Santisteban del Puerto Jacinto Higueras Fuentes. Fue inaugurado por el Rey Alfonso XIII el 15 de mayo de 1904. Este busto ha tenido varios emplazamientos en sus 117 años de historia. Primero estuvo en la Plaza de San Francisco, junto a la cripta de la Catedral de Jaén, de allí pasó a la Plaza de los Jardinillos, después al Paseo de la Alameda y finalmente, de nuevo a su ubicación actual.
Bernardo López García nació en Jaén el 11 de noviembre de 1838. Fueron sus padres D. Fernando López Martínez, natural de Vélez-Málaga, y D.ª María Presentación García, natural de Burgo de Osma. Realizó sus primeros estudios en el Instituto provincial de Jaén, dirigido por don Manuel Muñoz y Garnica, los continuó en Granada en el Colegio de Santiago, y después en la Universidad Central.
En 1855, con motivo de la muerte de su madre acaecida el 23 de abril, escribió sus primeros versos que no han llegado hasta nosotros. La primera poesía que vio la luz pública fue una canción Al Guadalquivir. La segunda y la que reveló al poeta, fue la oda A Asia, publicada en La Discusión en 1859. A esta siguió una serie de odas y canciones que le dieron una gran reputación literaria. La pérdida de sus padres, y del mayor número de sus hermanos, le trajeron de nuevo a Jaén, en donde contrajo matrimonio en febrero de 1864, con D.ª María del Patrocinio, hija de D. Manuel Padilla y Muñoz, y D.ª Carmen Ortega con la que tuvo una hija, María de la Aurora.
Oigo, patria, tu aflicción,
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes pendones,
y oigo alzarse a otras regiones
en estrofas funerarias,
de la iglesia las plegarias,
y del arte las canciones.
Lloras, porque te insultaron
los que su amor te ofrecieron
¡a ti, a quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron;
a ti, por quien se inclinaron
los mundos de zona a zona;
a ti, soberbia matrona
que, libre de extraño yugo,
no has tenido más verdugo
que el peso de tu corona!
Doquiera la mente mía
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
contando tu valentía.
Desde la cumbre bravía
que el sol indio tornasola,
hasta el África, que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!
Tembló el orbe a tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones.
Nadie humilló tus pendones
ni te arrancó la victoria;
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo,
ni en los ámbitos del mundo,
ni en el libro de la historia.
Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial.
En tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque, indómitos y fieros,
saben hacer sus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.
Y aún hubo en la tierra un hombre
que osó profanar tu manto.
¡Espacio falta a mi canto
para maldecir su nombre!
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
¡presta luz a mi memoria!
y el mundo y la patria, a coro,
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.
Aquel genio de ambición
que, en su delirio profundo,
cantando guerra, hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al ibero león
ansiando a España regir;
y no llegó a percibir,
ebrio de orgullo y poder,
que no puede esclavo ser,
pueblo que sabe morir.
¡Guerra! clamó ante el altar
el sacerdote con ira;
¡guerra! repitió la lira
con indómito cantar:
¡guerra! gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos extraños se oyeron,
hasta las tumbas se abrieron
gritando: ¡Venganza y guerra!
La virgen, con patrio ardor,
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en su pecho
odio a muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y, cuando calmado está,
grita al hijo que se va:
«¡Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate, y muere:
tu madre te vengará!»
Y suenan patrias canciones
cantando santos deberes;
y van roncas las mujeres
empujando los cañones;
al pie de libres pendones
el grito de patria zumba
y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba!
¡Mártires de la lealtad,
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la humanidad,
¡en la tumba descansad!
que el valiente pueblo ibero
jura con rostro altanero
que, hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del extranjero!
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