El motín de Aranjuez fue una revuelta popular, respaldada por el príncipe de Asturias, Fernando VII, entre el 17 y el 19 de marzo de 1808, provocada por la situación de España tras las guerras europeas y la crisis del absolutismo, y dirigida principalmente contra Manuel Godoy.
Sin embargo, su posterior alianza con Francia fue aún más dañina para los intereses españoles, pues el enfrentamiento con Inglaterra era harto más erosivo para la economía del país. El colofón a los malos resultados de la alianza con Napoleón fue la batalla de Trafalgar (1805), que puso fin al proyecto napoleónico de invadir Gran Bretaña por mar. De tal modo que la única opción para el emperador francés era bloquear la isla desde el continente.
Todos estos acontecimientos los venía observando Fernando VII con bastante indignación. Despreciaba a Godoy por su gestión diplomática y los resultados de su política, pero también porque controlaba a su padre y a la Corte y, quizás, por su relación con su madre.
Las alianzas que Manuel Godoy, favorito y primer ministro de Carlos IV entre 1792 y 1798, venía estableciendo primero con Inglaterra (1793-1795), y más tarde con la Francia revolucionaria y napoleónica, resultado de los Tratados de San Ildefonso (1796 y 1800), habían tenido consecuencias bastante desastrosas para el país. La guerra de la Convención le costó a España posesiones coloniales en la isla de Santo Domingo y, aun así, se congratuló de haber alcanzado una paz ventajosa en Basilea.
La cima de los despropósitos la encontró Fernando VII cuando, según el Tratado de Fontainebleu (1807), España autorizaba la entrada de un ejército francés que se dirigía a Portugal, país que se negaba a aceptar el embargo a Gran Bretaña. Además, en el mismo tratado se contemplaba el reparto de este estado entre los franceses y Godoy, verdadero atentado contra los derechos dinásticos de cualquier familia real, si tenemos en cuenta que éste era un noble de muy baja alcurnia como para ostentar un título regio.
La entrada de los franceses en España demostró que sus intenciones eran muy distintas a lo acordado. Las tropas napoleónicas empezaron a ocupar plazas sin siquiera luchar (Pamplona, San Sebastián, Barcelona, Burgos…). En 1808, la situación era crítica, y la familia Real, temiendo de las intenciones de los franceses, se retiró a Aranjuez, con el objeto de marchar hacia Sevilla, puerto en el que embarcarían para pasar a México, tal y como había hecho el rey portugués Juan VI, que había establecido su Corte en Brasil.
El día 13 de marzo de 1808 se tomó la decisión del traslado a Sevilla, y el día 15 se movilizaron a gran parte de las tropas de Madrid para escoltar a la comitiva regia. Esto provocó la reacción de los partidarios de Fernando VII, reacios al exilio de Carlos IV en México, que instigaron revueltas corriendo la voz de la huida de los reyes. En la noche del 17 al 18 de marzo, grupos armados con palos, azadas y teas atacaron la casa de Godoy, que se había escondido, y fue saqueada.
Carlos IV, temeroso de su propia vida si la turba se descontrolaba, hizo el gesto de desposeer al noble de todos sus poderes y asumió el mando del Ejército y de la Marina ante las Corte y los ministros, competencias que ejercía Godoy hasta entonces.
Pero, cuando el 19 de marzo éste fue encontrado escondido en su casa liado en una alfombra, la noticia corrió veloz entre la plebe, que se armó de nuevo, quedó descontrolada y marchó sobre su casa para lincharlo. Ante la gravísima situación, Fernando VII, querido por el pueblo por haberse enfrentado a Godoy, medió logrando salvar al valido, y su padre, completamente desprestigiado, abdicó en él como última opción para superar la crisis.El 23 de marzo, los franceses entraron en Madrid, y Murat se encargó de declarar nula la abdicación de Carlos IV, lo que motivaría más adelante la mediación de Napoleón en el enfrentamiento entre padre e hijo y las abdicaciones de Bayona, en abril.
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