La represión por el levantamiento se salda con el
fusilamiento de todos los detenidos y de aquellos que portaran armas. Los
fusilamientos de la montaña del Príncipe Pío o Los fusilamientos
del tres de mayo, nombre por el que es habitualmente conocido, es un
cuadro del pintor español Francisco de Goya . El cuadro, de unos 2,68 x 3,47 metros , se realizó
en 1814 y se encuentra en el Museo del Prado, en Madrid. Forma una serie con el
cuadro el Dos de Mayo. La leyenda que cuenta que Goya, con 62 años, tras haber
seguido de lejos los acontecimientos, se habría acercado más tarde con una
linterna al lugar de los fusilamientos y habría tomado notas en su cuaderno no
parece ser cierta. Goya todavía no vivía en las cercanías de Príncipe Pío en
1808 y el cuadro se realizó seis años más tarde, así que no fue una reacción
espontánea al horror. Los acontecimientos en la colina de Príncipe Pío
están representados con grandes contrastes, que también reflejan la desigualdad
de fuerzas en la situación real: a un lado los ocho soldados de infantería, que
se ven desde el lado y representan con su fusil, el uniforme y el sombrero un
muro; al otro las víctimas, un grupo variado y desesperado que espera indefenso
ser fusilados.
Del grupo de los revolucionarios destaca uno con
la camisa blanca. La asociación con Cristo en la cruz es intencionada: las
manos presentan estigmas. Aquí se asesina a mártires. El tema también es
tratado en las gráficas de la serie Desastres de la Guerra. Las víctimas forman tres grupos: los que están a
la espera de ser fusilados y que ven con horror su futuro, los que están siendo
fusilados y los muertos.
Los grupos se ven de derecha a izquierda, lo que
introduce un elemento de transcurso del tiempo en la composición. En el cuadro, Goya no olvida a la iglesia. En la
primera fila de las víctimas, arrodillado, aparece un fraile tonsurado. La
religión tuvo un importante papel en la contienda, llamando a la resistencia
desde los altares y proveyendo a los resistentes de curas dispuestos a empuñar
las armas. La iglesia se opuso ferozmente a Napoleón, no tanto en defensa de la
libertad sino porque éste había cerrado dos tercios de los conventos y había
suprimido la inquisición.
El grupo de madrileños es totalmente heterogéneo, hombres toscos,
vulgares, harapientos, un fraile..., probablemente algunos de ellos ni siquiera
habrían participando en el levantamiento, eran simples espectadores, o pasaban
por allí y ahora se encuentran enfrentados a un pelotón de ejecución. Lo que
plasma Goya es la reacción individualizada ante la muerte inmediata; el cadáver
de primer término, de bruces en un charco de sangre, deja claro su destino. El
fraile, arrodillado, aprieta las manos en actitud suplicante; justo encima de
éste, un rostro con los ojos totalmente abiertos mira hacia arriba; detrás,
otro con los puños cerrados se tapa las orejas, como si no quisiese oír la
descarga; otro, al fondo, se tapa la cara no queriendo ver a los verdugos. La
víctima central, destacado por su camisa blanca, levanta los brazos con una
actitud desafiante ofreciendo el pecho a los soldados, pero su valentía ya no
sirve para nada, está ya muerto y lo sabe; sus rodillas se riegan con la sangre
de los que anteriormente han sido fusilados y sus cuerpos yacen en desorden.
Es un cuadro que rompe con el
neoclasicismo de la época. Nos muestra la Historia como una carnicería, la
naturaleza como el marco en el que se produce el horror, la ciudad duerme ajena
a la matanza, no hay lugar para la belleza, para el academicismo. No es
propiamente una obra que perpetúe la insurrección nacional contra los
franceses. Es más el retrato del antihéroe, no del guerrero sino de las
victimas de la guerra, es un testimonio antibelicista, por eso ha pasado a la
Historia del Arte como algo más que un cuadro de Historia
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