En las
órdenes emitidas por el duque de Berg se especificaba que se tenía que fusilar
a todo aquel sorprendido con armas en las manos. "Quien a hierro mata a hierro muere", se dice que comentó
Murat al conocer que habían capturado al presbítero con un trabuco con el que
estuvo toda la jornada disparando a las tropas francesas. Entre los
desgraciados que compartieron su destino había un grupo de albañiles que
trabaja en la Iglesia de Santiago. Desde su andamio habían arrojado tejas,
ladrillos y cascotes contra un contingente polaco. La lista incluye también
comerciantes, un jubilado, un cerrajero, un escribano real... En total, 44
desgraciados de los que fueron ejecutados 43. Juan Suárez logró
escabullirse y su relato llegó hasta Goya.
Superados en
número por el ejército francés, Daoiz murió cosido a bayonetazos al
pie de unos cañones que llevaban varias horas disparando a bocajarro. Velarde
cayó herido por un disparo a quemarropa de un soldado polaco. La resistencia se
ahogó bajo el peso de los uniformes galos. Juan Suárez intentó escapar pero fue
apaleado y capturado.
"Tras
tomar el control de las calles de Madrid, el ejército francés ordenó la inmediata ejecución de los
patriotas detenidos tras su alzamiento en distintos puntos
de la ciudad. El mismo día 2 los fusilamientos tuvieron lugar en el paseo del
Prado —además de en la Puerta de Alcalá, en Cibeles o en Recoletos— y en la
madrugada del día 3, en la montaña del Príncipe Pío y en el Parque
del Retiro", apunta la biografía de Juan Suárez en el Diccionario
Biográfico de la Real Academia de la Historia.
Goya,
gran testigo de los desastres de la Guerra de la Independencia (1808-1814), no
pudo ver con sus propios ojos aquella masacre. Los alborotos se aplacaron con
gran espanto y las tropas francesas decretaron un férreo toque de queda. Terminada
la contienda y esperando el regreso de Fernando VII, la Tesorería Real le
encargó dos pinturas al aragonés para recordar la lucha contra el francés. Los
temas elegidos fueron las escenas vividas por la capital los días 2 y 3 de mayo
de 1808, ambas conservadas en el Museo del Prado.
El pintor
aragonés acostumbraba a informarse bien sobre sus obras y es muy probable,
según recoge el Museo del Prado y la Real Academia de la Historia, que en algún momento se interesase por el
"resucitado" de Príncipe Pío. De todos los lugares donde se fusilaron a los
presos eligió aquel cerro, donde pudo escuchar relatos en primera persona. De
la vida de Juan Suárez sólo se conoce este episodio: era una persona común y
corriente como la de los hombres y mujeres que aquellos días hicieron historia.
FUENTE: EL ESPAÑOL. RAFAEL BALBÁS
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