La ciudadela de Pamplona ha tenido siempre forma de estrella de cinco puntas. Desde cada una de las puntas se controlan todos los posibles ángulos de ataque. Dos de estas puntas estaban dirigidas hacia el interior de la ciudad para controlarla. Que unos de los fines de esta fortificación era el control de la población queda claro cuando el ingeniero Antonelli informa a Felipe II en 1569: «Pamplona es ahora más frontera que metrópoli… ha de tener un muy principal castillo, porque estando aún fresca la memoria del gobierno de su rey natural… todavía es necesario asegurarse también con una fuerza, de sus voluntades… La obra deberá servir para defenderse del peligro extrínseco, pero también intrínseco».
En 1808 un contingente de 2.000 soldados francesas al mando del general D´Armagnac, atravesaba Roncesvalles y, tras una dura marcha y condiciones climatológicas adversas, el 8 de febrero llegaron a Pamplona para descansar y seguir luego camino hasta Portugal. Aunque en teoría, y según el Tratado firmado, eran aliados de los españoles, la población de Pamplona recelaba de aquella invasión pacífica y en la que, además, debían contribuir con el avituallamiento y alojamiento. Y estaban en lo cierto… D´Armagnac había recibido órdenes del mariscal Murat para tomar la Ciudadela.
Cuando D´Armagnac se entrevistó con el Marqués de Vallesantoro, Virrey y Capitán General de Navarra, para poder acantonar parte de su tropas, que ya llegaban a los 4.000 efectivos, dentro de la Ciudadela, le dio largas diciendo que para ello necesitaba la autorización desde Madrid. Visto que la diplomacia francesa no fue suficiente, D´Armagnac se decidió por la estrategia. Se reunió con el capitán Robert y planificaron el plan de ataque.
La noche del 15 al 16 de febrero, Robert y un grupo de 100 soldados, aparentemente desarmados, elegidos de entre lo mejor de las tropas francesas se dirigieron, como hacían todos los días, a recoger sus raciones de pan a las puertas de la Ciudadela. Aprovechando que la nevada caída había cuajado, la mitad de ellos comenzó una guerra de bolas de nieve. La guarnición que defendía la Ciudadela, un pequeño contingente de voluntarios poco dispuestos y menos preparados para las artes de la guerra, se mofaban de aquella inusual batalla; momento que aprovecharon el resto de franceses para sacar las armas que llevaban escondidas entre las ropas, logrando entrar y tomar la ciudadela, desarmar a los defensores y tomar la Ciudadela sin haber disparado un sólo disparo.
La Ciudadela de Pamplona permanecerá en manos francesas durante cinco años. Por cierto, que cuando en 1813 los ahora defensores franceses se vieron sitiados, y al ver que no llegaban refuerzos de su vecino país, intentaron volar los muros, a lo que el general español Capitán General Enrique José O’ Donnell respondió que pasaría a cuchillo a todos los franceses rendidos si hacía tal cosa.
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