Había transcurrido año y medio desde que en Bailén las águilas imperiales al mando del General Dupont habían sido derrotadas en campo andaluz. Los ecos de tan gloriosa gesta habían quedado amortiguados por los éxitos militares franceses del verano y el otoño de 1809.
La victoria de Ocaña, sobre el ejército del Centro dirigido por el General Castaños, invitaba al optimismo a las tropas francesas. Este triunfo despejaba el camino y todas las miradas francesas apuntaban hacia Andalucía, que desde el desastre de Bailén había quedado vedada al poder de Napoleón.
A principios de 1810, en los primeros días de enero, José Bonaparte seguido de un numeroso séquito y escoltado por un poderoso ejército se encamina hacia el sur con el propósito de conquistar Andalucía. José I con este viaje no sólo desea agrandar su corona con la incorporación de Andalucía al estado bonapartista, sino que además quiere resarcir al emperador con una victoria después del fracaso que hubo protagonizado el General Dupont y su II Cuerpo de Observación de la Gironda, en su intento de liberar al vicealmirante Rosily cuya escuadra en 1808 se encontraba bloqueada en Cádiz.
El IV ejército al mando del General Sebastiani con sus 9.000 hombres se desplaza desde Ocaña y en Tomelloso se le unen los dragones del General Milhaud que procedía de Aragón. El V Cuerpo de ejército al mando del Mariscal Mortier con sus 16.000 soldados se reúne en Consuegra y Madridejos e inicia la marcha. La división de Reserva con 9.000 hombres sale desde Madrid con el General Dessolle al mando. Junto a esta división marcha la Guardia Real, que presta servicio de escolta al Rey.
También adscritos a esta división de Reserva están los efectivos de dos unidades españolas afrancesadas, los Regimientos de Infantería nº 1 y 2 llamados posteriormente de Madrid y Toledo. Todo está preparado, la maquinaría militar francesa se pone en marcha bajo el mando unificado del Mariscal Soult.
El rey José I parte del Palacio Real el lunes 8 de Enero de 1810 a primera hora de la mañana para cubrir la primera etapa de su viaje. Junto a él viajan edecanes, servidumbre de palacio, bastantes funcionarios de alto rango, algunos ministros y varios consejeros de estado. El rey, después de informar a su hermano Napoleón de su salida a través de una carta, toma el antiguo camino real de Andalucía por la Puerta de Toledo.
La numerosa comitiva llega sin detenerse hasta Toledo, primera etapa de su viaje, ya caída la tarde. Según cuenta la Gaceta de Madrid, que se convierte desde ese momento en el diario oficial del viaje “en esta ciudad ha concedido una larga audiencia al intendente e individuos de la municipalidad”.
Al día siguiente el paso de la comitiva real desata el entusiasmo de los pueblos manchegos por donde transcurre. José I pernocta en Madridejos. El tercer día de marcha, el 10 de enero, mantiene un encuentro con desertores españoles bajo custodia de tropas francesas cerca de Puerto Lápice. El 11 de enero enlaza con el I Cuerpo Imperial que estaba acantonado en Almagro. Su llegada activa los movimientos militares y las tropas allí detenidas se ponen en marcha para tomar posiciones en Sierra Morena.
En Almagro permanece el Rey y su séquito hasta el 18 de Enero por la mañana. Durante su estancia recibe en audiencia a las diputaciones de Alfaro, Haro, Aguilar y Cervera. Mantiene correspondencia con los ministros que habían quedado en Madrid y promulga disposiciones legislativas de variada naturaleza. La estancia se prolonga tanto como los cuerpos de ejército tardan en desplegarse a lo largo de Sierra Morena con el fin de debilitar las posibles defensas dispuestas por los generales españoles.
Una vez que el I Cuerpo ocupa el ala derecha, el IV la izquierda y el V Cuerpo y la División de Reserva marchan por el centro, el rey sale de Almagro para establecerse en Santa Cruz de Mudela sólo con la Guardia Real. Todo está dispuesto para entrar en Andalucía.
Los españoles desde principios del mes de enero se habían concentrado en reforzar los pasos de la sierra, así lo anuncia para generar tranquilidad la prensa patriótica: los puntos de la sierra se están fortificando para hacerlos inaccesibles a los enemigos, publicaba el Diario de Granada del jueves 11 de enero. Pero la realidad era otra muy distinta, pues realmente lo realizado en la sierra sólo habían sido “algunas minas y cortaduras que habrían de servir de poco, ya que además la Junta Suprema Central tan sólo disponía del mal llamado “Ejército del Centro” que después de la derrota de Ocaña se había quedado reducido a unos 30.000 hombres, encuadrados en seis divisiones al mando del Teniente General Juan Carlos de Areizaga con una misión bastante difícil de cumplir, la de atender a la defensa de una línea de más de veinte leguas de longitud- unos 100 km aproximadamente-.
Conscientes de su debilidad, las autoridades españolas procuran aumentar las defensas de Sierra Morena con un llamamiento desesperado, sobre todo a la provincia de Jaén, a los escopeteros del reino giennense que se reúnen en La Carolina con la denominación de “Tiradores de Sierra Morena”.
El primer combate entre españoles y franceses se produce en la noche del 14 de enero. Se trata solo de una escaramuza, aún en La Mancha, entre fuerzas de la 2ª División del brigadier Vigodet y una avanzada del IV Cuerpo Imperial.
Varios días después y una vez que los franceses disponen de las noticias que les confirman la debilidad de las posiciones españolas es cuando se produce el avance definitivo. El sábado veinte de Enero, muy de mañana José Napoleón I parte de Santa Cruz de Mudela. Un par de horas antes el Mariscal Soult da las órdenes oportunas para que las unidades imperiales avancen de manera sincronizada a lo largo de toda la línea. Su marcha es imparable y pronto queda de manifiesto que la resistencia española se esfuma como la niebla cuando calienta el sol en una mañana de invierno.
La travesía de Sierra Morena significó un paseo militar para las unidades francesas que, aunque conocían la debilidad de las tropas españolas, esperaban una mayor resistencia. El mariscal Soult no oculta su euforia y aún sube más de tono cuando comprueba las pocas bajas que la acción había supuesto entre las tropas imperiales. Mientras que los franceses contabilizan veinte bajas, las fuerzas españolas registran varios centenares de muertos y seis mil prisioneros, siendo apresado el general español mariscal de Campo Francisco González Castejón. Sólo en pocas horas, hacia las tres de la tarde, el rey José recibe la confirmación de la triunfal marcha de su ejército y de esta manera la puerta de Andalucía había quedado abierta de par en par.
A la caída de la tarde la comitiva de José Napoleón I llega a La Carolina y el panorama que encuentra es bastante desalentador. Gran parte del pueblo se halla desierto, pues el vecindario ha huido y por todas partes se puede observar los signos del saqueo al que había sido sometido el pueblo por la soldadesca incontrolada. El rey puede contemplar como parte del pueblo se consume presa de un importante incendio que se había originado de una manera intencionada en un almacén de aguardiente. De no haber sido por la intervención directa del propio rey las llamas no habrían sido sofocadas y hubieran alcanzado ingentes proporciones ya que amenazaban con propagarse por toda la población. Fuentes francesas responsabilizan de este incendio a los soldados del general Areizaga quienes en su retirada de Sierra Morena habían sido los causantes. Esta afirmación no ha podido ser contrastada documentalmente, por lo que sólo tiene la importancia de un testimonio partidista e interesado.
El rey pasó su primera noche en Andalucía pernoctando en La Carolina, casi con toda seguridad, en el palacio del Superintendente Olavide. Según cuenta la Gaceta de Madrid de 26 de Enero de 1810, allí expide un Real Decreto por el que le concede una pensión de 4.000 reales a la familia de un vecino del Viso, Antonio Martínez, que había guiado al cuerpo de ejército que mandaba el General Dessolles por unas entradas de Sierra Morena y que había muerto en la refriega.
Se encuentra a sólo cuatro leguas de Bailén, su siguiente parada, es un trayecto corto, pero que está cargado de un intenso simbolismo ya que estos campos que ahora pisa el rey fueron pocos meses atrás escenario de tristes acontecimientos. Apenas había transcurrido año y medio desde aquella derrota que había anunciado a toda Europa que el ejército de Napoleón no era invencible y sus huellas aún dolían en la memoria de quiénes habían sucumbido.
José Bonaparte a primera hora del domingo 21 se pone en marcha por un camino sin dificultades, pero no disfruta de esa comodidad, pues su mente se siente acosada por los fantasmas de la derrota sufrida por el General Dupont; pues esta derrota le hizo perder su crédito real ya que recién llegado a Madrid el 20 de julio de 1808 tuvo que repasar de nuevo la línea del Ebro ante la amenaza que suponía la victoria española en Bailén.
El camino discurre por Guarromán, pueblo al que no entra el séquito real, pasando de largo. Este es un lugar maldito para los franceses porque allí falleció a consecuencia de las heridas recibidas en la acción de Mengíbar, el 16 de julio de 1808, el general de división Gobert cuando, al frente de sus coraceros, recibió un balazo en la cabeza en la refriega del Cerro de la Harina. Retirado del campo de batalla por sus soldados, muere en la casa del párroco de la Iglesia de Guarromán, quedando sepultado en su cementerio.
Después de tantas y tan duras impresiones José Napoleón I llega a Bailén al mediodía del 21 de enero de 1810. Así lo cuenta la Gaceta de Madrid:
A las 12 del día entró S.M. en este pueblo, del que había salido a la una de la noche el llamado General Areizaga, quien en medio del profundo silencio que había observado, dio muestras claras, igualmente que su plana mayor, de la confusión y desorden en que se hallaban, y que fue causa de que algunos habitantes tímidos se hubiesen ausentado, y entre ellos varios eclesiásticos, que volvieron así que se aseguraron de hallarse su Rey en esta villa. S.M. fue recibido con el mayor entusiasmo por la justicia y habitantes, que le salieron al encuentro, mientras otros abrían las puertas de la iglesia para repicar las campanas en señal de su júbilo.
No es del todo cierto esto que cuenta la Gaceta de Madrid, pues en los dos pueblos que el Rey José ha pisado, La Carolina y Bailén, se ha encontrado con la misma situación, según constata André Francois Miet, conde de Melito. Vecinos huidos al ver acercarse a las tropas francesas y un rechazo generalizado a la figura real. Para impedir que tales comportamientos trasciendan a otros pueblos, por mandato real, el ministro del Interior, Marqués de Almenara, dirige una circular al recién nombrado Alcalde Mayor de Bailén D. Pedro Arcisclo Choza en la que le expresa:
El Rey nuestro Señor ha visto con dolor que algunas familias de este pueblo han abandonado sus hogares por el infundado temor de los supuestos horrores y crueldades con que los enemigos de nuestra patria han atemorizado a sus inocentes habitantes.
(…) El Rey quiere que vdm. emplee su celo en destruir semejantes absurdos, anunciando a los pueblos de este distrito sus benéficas intenciones, y que exhorte a sus vecinos a permanecer en sus casas o a restituirse a ellas si las hubiesen abandonado, asegurándoles que todos, sin excepción alguna serán respetados, advirtiéndoles que las justicias, ayuntamientos y administraciones públicas deben adelantarse a recibir a las tropas para tratar con sus jefes del modo menos gravoso de proveerlas, evitando así el desorden de que el soldado busque militarmente su subsistencia.
Esta carta viene a confirmar que lo que cuenta la Gaceta no era cierto y que se habían producido excesos y violencia por parte de las tropas que justificaban la huida de los vecinos de Bailén. El pueblo sufrió en las horas anteriores a la llegada del Rey los efectos de destructivos saqueos que no pueden achacarse a las tropas del General Areizaga, como se dijo en La Carolina, pues hay pruebas documentales que responsabilizan a las tropas francesas de los mayores desmanes que son regidos por la fuerza y el furor de la venganza. Parece que de esta manera las tropas francesas se desquitan de la derrota sufrida el día 19 de julio de 1808 en los campos de Bailén. Cuando José I toma prevenciones al respecto ya es demasiado tarde, y no sirve de nada la guardia que manda poner en la puerta de la iglesia de la Encarnación para evitar su sacrílego saqueo.
Antonio José Carrero - uno de los propietarios que fue nombrado diputado junto a D. Aparicio Soriano, en la nueva corporación municipal que encabezaba D. Pedro Arcisclo Choza, como alcalde Mayor-. Unos años después, en 1815 y en su obra Baylén: Descripción de la Batalla y auxilios que en ella dieron los vecinos, cuenta como al enterarse de la derrota de Sierra Morena en la noche del 19 al 20 de enero y temiendo que el pueblo fuera incendiado y sus habitantes víctimas de la crueldad que caracteriza a los franceses “Errantes a esas horas de la noche salieron las familias llevando los padres a los inocentes párvulos en los hombros, con los pocos efectos que les era posible conducir, dejando sus casa abandonadas.”
Sigue contando que se dirigieron a las faldas de Sierra Morena para ocultarse en los montes sin abrigo en la estación más rigurosa de nieves y lluvias. Las columnas francesas al llegar y encontrar las casas desiertas “principiaban a derribar puertas, saquear casas, incendiar muebles y tomar todo lo que podían cargar”.
Como el paso de los enemigos duró días se sucedieron los robos con violencia y las violaciones a las mujeres a vista de los padres y maridos espectadores de tan tristes escenas. Nos sigue contando Carrero que los soldados franceses lo escudriñaban todo y llegaron a sacar cadáveres del Panteón con la mayor inhumanidad, sin causarles horror su corrupción. Así hicieron con un cura de la Parroquia que hacía poco que había fallecido, “sin atender al respeto que pudieran infundirles las vestiduras sacerdotales con que se hallaba amortajado.”
Estos datos que Antonio José Carrero aporta, vienen a demostrar bien a las claras que las tropas francesas saquearon la Parroquia de la Encarnación y su camposanto, que entonces se encontraba debajo del atrio, y robando y destrozando enseres y mobiliario y todos aquellos ornamentos que había de valor. También sufrieron el saqueo las ermitas de la Soledad y de Jesús en la Columna. Los destrozos habidos en la Soledad quedan recogidos en el acta del cabildo celebrado el 7 de abril de 1816, en donde dice:
En la villa de Bailén a siete días del mes de abril de mil ochocientos diez y seis años, estando en las casas del actual mayordomo D. Pedro Canuto Soriano los individuos de que en el día de hoy se compone la hermandad de Nuestra Señora de la Soledad.(...) Atendiendo a que por la entrada de los franceses en el año pasado de 1810 quedaron destrozados los fondos de cera, Gallardete y todo lo demás necesario para las funciones de la hermandad acuerdan se contribuya para los precisos gastos del nuevo gallardete y demás enseres.
Los destrozos ocasionados en la ermita de Jesús en la Columna fueron recogidos en el acta del Cabildo celebrado el 14 de abril de 1816 en donde se recoge:
Estando en las casas del Hermano Mayor Mateo Aguilar los hermanos restauradores o nuevos fundadores dijeron que por cuanto a la entrada de los enemigos franceses en el día 20 de enero de 1810 destruyeron y aniquilaron cuantos enseres de cera y demás había en esta hermandad, de suerte que hasta las sagradas efigies las quemaron, profanándolas y causándole las mayores ignonimias. Se han juntado todos los susodichos a restablecer dicha hermandad y hacer costear nuevas efigies a sus expensas.
En la antigua fortaleza de San Andrés y Santa Gertrudis, nos sigue relatando Antonio José Carrero, derribaron las puertas, destruyeron el archivo, y las dos escribanías numerarias y de Cabildo, rasgando e inutilizando protocolos de escrituras, libros capitulares... privando al pueblo y a sus habitantes de estos documentos.
En el edificio contiguo a la casa castillo los franceses dispusieron los cuarteles y habitaciones para estar reunidos con los comandantes. Ordenaron que se les preparasen camas, oficinas y muebles y que se amurallase el lugar con parapetos y troneras; siendo todo ello hecho con los jornales que dieron los vecinos que por turnos se citaban y sufragado su costo por el vecindario.
El rey José deja Bailén con el alba del 22 de enero dispuesto a continuar su viaje cubriendo una nueva etapa por tierras del Reino de Jaén. Su siguiente parada será Andújar y para evitar allí que el recibimiento sea tan frío como en La Carolina y Bailén se adelantan personas de su séquito como Don Francisco Amorós, para actuar como maestro de ceremonias. Se constituye con celeridad un nuevo ayuntamiento designando a nueve personas representativas de la sociedad local. La Gaceta de Madrid del día 31 de enero de 1810 no desvirtúa la realidad cuando relata el cuadro de la entrada de José Bonaparte en Andújar:
Andújar, 22 de enero. El rey nuestro señor ha llegado a la ciudad esta tarde, habiéndole salido a recibir una diputación de las personas más distinguidas y ha sido recibido con repique de campanas, con colgaduras en las casas y la iluminación nocturna.
Durante tres noches y dos días se prolonga la estancia del rey y aunque no se conoce con certeza dónde se alojó pudo ser en el palacio de los condes de Gracia Real, título nobiliario correspondiente a la familia Pérez de Vargas. En Andújar recibe con satisfacción el día 23 la noticia de la toma de Córdoba por parte de las tropas de la 3ª División de Infantería y la Brigada de Caballería ligera del I Cuerpo Imperial. Ese mismo día otra brigada de la División de Dragones perteneciente al IV Cuerpo entra en Jaén sin apenas oposición como en Córdoba.
El día 25 de enero el rey reemprende la marcha y continúa su lento viaje por el barro de las lluvias de días precedentes, por el camino que conduce a Villa del Río.
El rey José cuando vuelve a Madrid el 8 de mayo, después de su viaje por Andalucía, viendo el desastre que el pueblo de Bailén había padecido y “aparentando conmiseración” ofreció remunerarlo de los perjuicios que había ocasionado el paso de un ejército “triunfante y numeroso” y que sería tratado con equidad en la distribución de contribuciones. Dicho acuerdo no llegó a cumplirse y cuando una comisión de vecinos se desplazó a Madrid para pedir explicaciones por el incumplimiento, el ministro don Francisco Angulo los recibió y les dijo en tono irónico y burlesco que cómo se habían atrevido a presentarse allí como andaluces y de Bailén.
Dicho ministro les echó en cara que habiendo sembrado abrojos, querían recoger cosecha de rosas, refiriéndose a que la batalla de Bailén de 1808 había significado ruina y perdición de España. Los comisionados contestaron con bastante espíritu a todas estas afirmaciones poco patrióticas del afrancesado ministro, quien no les permitió presentarse ante el rey y tuvieron que volver a Bailén sin haberle podido presentar al monarca incluso sus peticiones.
Bailén después de estos acontecimientos de 1810 siguió bajo dominio de las tropas francesas hasta abril de 1812. Durante estos años, el pueblo se llegó a ver en el mayor desamparo, pues se le exigían pedidos y contribuciones abusivos, además carecían de noticias ciertas de la marcha de los ejércitos y del gobierno provisional legítimo. Uno de los mayores peligros que corrieron los vecinos de Bailén en este periodo fue en febrero de 1810 cuando las tropas francesas ocupan Málaga y ponen en libertad a los soldados franceses prisioneros en la batalla y que se encontraban en depósito en la capital malagueña.
Estas tropas llegaron a Bailén y según cuenta Carrero embravecidos como fieras entran por las calles insultando a cuantos hallaban. Los oficiales llegaron a casa del Corregidor y conminaron a la municipalidad allí reunida en el desempeño de sus funciones con sables y pistolas, y amenazaron con incendiar el pueblo por la ayuda que en la batalla de 1808 habían procurado a las tropas españolas.
El Corregidor pudo fugarse y dio aviso al Comandante de Plaza suplicándole pasase a evitar el daño. El Comandante francés accedió y estuvo toda la noche patrullando con la tropa por las calles. A pesar de esta vigilancia muchas mujeres fueron maltratadas a empujones y palos y querían arrojarlas al fuego de los muebles de las casas que habían incendiado.
Los habitantes de Bailén durante este tiempo tan sólo oían las derrotas de nuestro ejército a manos de los franceses que eran divulgadas por gacetas que a la fuerza se hacían leer. Los vecinos llenos de entusiasmo y con el mayor patriotismo se dedicaban a ayudar a las tropas prisioneras de nuestro ejército que pasaban por el pueblo. Cuenta Carrero que los eclesiásticos, municipales y personas más visibles preparaban estancias a los oficiales. Otros disponían abundantes ranchos para que comiese la tropa y los de menos posibilidades económicas acarreaban agua y comida. Las mujeres se encargaban de socorrerlos con ropa y los muchachos de pedir por las calles y llevar cuanto recaudaban.
Igualmente trataban de liberar a los que podían con riesgo de su propia vida, ocultándolos en sus casas y después los guiaban por los parajes más apropiados para que se incorporaran a los ejércitos.
Los habitantes de Bailén siempre antepusieron al miedo al invasor sus ideas de fidelidad y patriotismo del que ya habían dejado constancia en 1808. Se granjearon el agradecimiento de nuestras tropas, al tiempo que con precaución y cordura, durante los años que duró la dominación francesa, supieron evitar males mayores con las tropas que los oprimían.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
- Gaceta de Madrid. Viernes 26 de enero de 1810, nº 26, página 105-108.
- Gaceta de Madrid Miércoles 31 de enero de 1810, nº 31 página 125
- DÍAZ TORREJÓN, FRANCISCO LUÍS José Napoleón I en el sur de España. Un viaje regio por Andalucía (Enero- Mayo de 1810)
- Libro de las Constituciones y Cabildos de la Hermandad de Ntro. Padre Jesús en la columna 14 de abril de 1816 y de la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, 7 de abril de 1816. Archivo Municipal de Bailén. Cofradías. Legajo 16-2
- CARRERO, ANTONIO JOSÉ. Baylén: Descripción de la Batalla y auxilios que en ella dieron los vecinos
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